El ofendido inicia la reconciliación
“Al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas” (Colosenses 1:19, 20).
Aun cuando Jehová es el Dios de la reconciliación, no debemos olvidar que él no tiene que reconciliarse con el ser humano, porque su trato hacia este ha estado siempre basado en su amor, en su justicia y en su misericordia. Fíjate por lo tanto en que, según el texto de hoy, por medio de Cristo Dios estaba reconciliando consigo todas las cosas, no reconciliándose él con todas las cosas. Este detalle hace más sobresaliente la forma en que Dios, siendo el ofendido, no pierde tiempo en reclamar una indemnización que bien merece; en lugar de ello, se dedica en persona a proveer a la parte culpable una vía para recuperar la relación perdida. Tal actitud no tiene paralelo en ninguna experiencia del ámbito humano. Dios, siendo la parte inocente, siendo él quien recibió la ofensa, es también quien busca al que lo ofendió (al ser humano pecador), le provee el medio para que se reconcilie (Cristo), acepta esa reconciliación que él mismo ha provisto y la acredita al ser humano. Y de nuevo estamos en paz con él. ¡Sencillamente espectacular! Gracias, Dios mío.
Más de uno ha pensado que el sacrificio de Cristo en la Cruz del Calvario fue lo que logró persuadir a Dios de que perdonara al ser humano pecador y le mostrara su amor, pero lo cierto es que fue debido al amor que Dios el Padre siempre ha tenido por sus criaturas que él mismo proveyó el sacrificio de su Hijo único. Porque “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). A través de la sangre derramada en la cruz, “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (Col. 1:19, RVR 1960).
En la cruz también estaban el Padre y el Espíritu Santo junto con el Hijo, unidos en la gran obra de la salvación de la especie humana. Por eso Dios ha visto a bien que Cristo tenga la primacía en todas las cosas, y que en él habite la plenitud, porque todo ese poder y señorío de Cristo será utilizado en reconciliar todas las cosas otra vez con su Creador. De manera que, al final, será el Dios triuno quien recibirá toda la gloria, y todo el universo experimentará una maravillosa transformación.
¿Qué te parece si, como el apóstol Pablo, alabamos a Dios por haber tomado la iniciativa de la reconciliación, y haberla llevado hasta el final?