Nada que envidiar
“Envidia es cuando resientes la bondad de Dios en la vida de otra persona pasando por alto su voluntad para tu propia vida”. Craig Groeschel
Cuando Craig Groeschel era niño, él y su hermana recibían cada Navidad postales de su abuela con cheques de veinte dólares. Cuando la hermana abría su postal, gritaba: “¡Mira, la abuela me ha dado veinte dólares! ¿Y a ti?”. Él abría su sobre y decía: “¡A mí me ha dado cien!”. Ella, cabizbaja, preguntaba: “¿De verdad?”. Pero antes de que pudiera comprobarlo, Craig ya había doblado su cheque y se había ido. Su hermana se ponía tan triste que se echaba a llorar. Hasta que la abuela se enteró de lo que sucedía.
Esa Navidad, Craig abrió su postal, vio su cheque de veinte dólares y gritó: “¡La abuela me ha enviado 100 dólares!”. Su hermana abrió su sobre y exclamó: “¡A mí también!”, enseñándole el cheque a su hermano. Eran realmente cien dólares. Craig, en vez de alegrarse por ella, se entristeció, así como ella se había entristecido al creer que él recibía más.94 La Biblia dice: “Alégrense con los que están alegres” (Rom. 12:15, NVI), pero qué difícil es ver ojos bonitos en cara ajena.
Cuando alguien tiene algo que queremos (una promoción, un vestuario espectacular, un talento especial, un prestigio, el cariño de la gente, el esquivo dinero…) nos cuesta alegrarnos. Pero considerando que siempre habrá algo que queramos tener y no podremos (mientras que otras personas sí lo tienen), viviremos resentidas si no abandonamos ese hábito tóxico de envidiar lo ajeno.
La envidia se basa en comparar nuestra vida con la de los demás, lo cual muestra falta de fe en Dios. Si Dios sabe qué es mejor para nosotras, hemos de confiar en que sabrá dárnoslo. Por eso, el antídoto contra la envidia es agradecer a Dios por lo que, en su bondad, nos da, porque es lo que necesitamos para nuestra propia vida. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste inventario de las bondades que recibes de Dios?
Tito dice: “Antes también nosotros […] vivíamos en maldad y envidia. […] Pero Dios nuestro Salvador mostró su bondad y su amor por la humanidad, y, sin que nosotros hubiéramos hecho nada bueno, por pura misericordia nos salvó […] dándonos nueva vida por el Espíritu Santo, […] para que […] tengamos la esperanza de recibir en herencia la vida eterna” (Tito 3:3-7). Gracias, Dios, por la esperanza, por la vida eterna, por la salvación. Son tantos tus dones, y tan grandes, que realmente no tengo nada que envidiar a nadie.
“Alégrense con los que están alegres” (Rom. 12:15, NVI).
94 Craig Groeschel, Desintoxicación espiritual (Miami: Vida, 2013), p. 123.