El perfume del incienso
“Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo” (Éxo. 30:34, 35).
Desde pequeña, coleccionaba frascos de perfume. Tenía algunos en forma de carro antiguo, de gota, de dama esbelta, y frascos más “normales” de diferentes tamaños y labrados. Algunas mujeres se enteraban de mi colección y sumaban sus recipientes vacíos a mi hilera poco visitada por el plumero.
Pero mi mayor tesoro era un frasquito pequeño, con tapa de nácar tornasolado, con una fragancia exquisita que me permitía solo en ocasiones especiales.
Quizá los elementos que componían el incienso de la época del tabernáculo en el campamento no nos resultan muy conocidos por la zona en que vivimos, pero sabemos que esos elementos elegidos en perfecta e igual proporción sumaban para dar un aroma único y dedicado exclusivamente a Dios. Algo elegido solo para ocasiones especiales, dos veces al día.
“Al presentar la ofrenda del incienso, el sacerdote se acercaba más directamente a la presencia de Dios que en ningún otro acto de los servicios diarios. Como el velo interior del Santuario no llegaba hasta el techo del edificio, la gloria de Dios, que se manifestaba sobre el propiciatorio, era parcialmente visible desde el Lugar Santo. Cuando el sacerdote ofrecía incienso ante el Señor, miraba hacia el arca; y mientras ascendía la nube de incienso, la gloria divina descendía sobre el propiciatorio y henchía el Lugar Santísimo, y a menudo llenaba tanto las dos divisiones del Santuario, que el sacerdote se veía obligado a retirarse hasta la puerta del tabernáculo. Así como en ese servicio simbólico el sacerdote miraba por medio de la fe el propiciatorio que no podía ver, así ahora el pueblo de Dios ha de dirigir sus oraciones a Cristo, su gran Sumo Sacerdote, quien, invisible para el ojo humano, está intercediendo en su favor en el Santuario celestial” (Patriarcas y profetas, pp. 365, 366).
¿Quién imaginaría que todo esto estaba representado en un perfume? El incienso representaba la intercesión de Cristo, sus méritos y su justicia.
Qué hermoso sería si cada día, al menos dos veces, pudiésemos elevar nuestras oraciones en nombre de Jesús para recordar más vívidamente su intercesión en el Santuario celestial, si “perfumáramos” tan seguido el cielo como perfumamos nuestro cuerpo.