Un Dios cercano y atento
“Jehová está en su santo Templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos observan, sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (Salmo 11:4).
Cuando era niño, sentía algo raro cuando estaba en la casa de mi abuela paterna por causa de un cuadro religioso que estaba en una pared de la sala. El cuadro se llamaba “El gran poder de Dios” y tenía dos hileras de imágenes. En la hilera superior aparecía un ojo grande con la inscripción: “Dios lo ve todo”. También se veía la imagen de una oreja grande, en la que se leía: “Dios lo oye todo”. Finalizaba esa hilera con la imagen de una mano que sostenía una pluma mientras escribía, y debajo decía: “Dios lo escribe todo”. Supongo que a estas alturas ya sabrás por qué este cuadro causaba tensión en mi mente infantil.
Sin embargo, hoy, como adulto, puedo darme cuenta de que el cuadro de la casa de mi abuela decía una verdad claramente expresada en la Biblia: Dios está en control de todo, conoce a cada ser humano en forma personal, está al tanto de nuestra vida y, como tal, está en conocimiento de cada detalle acerca de lo que hacemos, decimos y pensamos. Relacionarnos con un ser con esta capacidad es una experiencia extraordinaria para nosotros, que no tenemos ninguna relación humana en este mundo que implique tal conocimiento de lo que somos. Así que, esto nos lleva a dos conclusiones sobre las que quisiera reflexionar hoy.
La primera conclusión es que la única forma de relacionarnos con un ser así es con total transparencia, sinceridad y humildad. Es sencillamente ridículo intentar la simulación, la hipocresía, la fachada o el engaño con Dios. Por eso la falta de santidad en nuestra vida, en gran medida, es debido a que no conocemos cómo es Dios. Sus ojos observan y sus párpados examinan a los hijos de los hombres: recordar esto nos evitará caer en la hipocresía.
La segunda conclusión es que debemos practicar la disciplina espiritual de ir a confesar nuestros pecados a Dios. Es necesario que reconozcamos nuestros errores delante de él no porque él no los conozca (si hasta yo con seis años sabía que él lo ve, lo oye y lo escribe todo), sino para favorecernos a nosotros en el proceso de ser completamente honestos con Dios y sentir pesar por los errores cometidos. Esto nos llevará a un verdadero arrepentimiento y asegurará para nosotros el perdón y la limpieza divinos.
Gracias, Señor, por estar cercano y atento para ayudarnos a vivir auténticamente.