Ser iglesia
“Y no dejemos de congregarnos, como lo hacen algunos, sino animémonos unos a otros, sobre todo ahora que el día de su regreso se acerca” (Heb. 10:25, NTV).
Todos se sentaron en el banco de adelante. Había venido con un grupo de amigos y familiares, pero para él no había lugar, así que se sentó en mi banco, a unos tres metros de distancia. Nos miramos y nos hicimos los desentendidos. Yo estaba sola.
“Saluden a la persona que tienen al lado y díganle que está muy lindo/a. Díganle también: ‘Jesús te ama’ ”, indicó el pastor.
Con un poco de vergüenza, nos miramos otra vez. No nos dijimos la primera parte, pero él me rodeó con su brazo con respetuosa calidez, me miró a los ojos y me dijo: “Jesús te ama”.
Cada uno volvió a su lugar. Ahora ya nos separaba solo un metro.
Cuando el pastor mencionó la primera referencia, busqué rápidamente en mi Biblia y me acerqué a él para que leyéramos juntos.
Intercambiamos un par de comentarios durante el sermón. Cuando pasaron dos mujeres para bautizarse, me dijo que nunca había visto un bautismo, y le expliqué brevemente en qué consistía. Asintió con la cabeza en silencio.
Hablamos poco. No queríamos ser irreverentes ni que se escuchara nuestra conversación. Noté que estaba interesado. Cuando el pastor preguntó quién quería entregarle su corazón a Dios, él se puso de pie. Mi corazón latía cada vez más fuerte, porque durante todo el sermón había estado orando por él. Le dije que, si quería, podía acompañarlo al frente para sumarse al grupo de personas que estaba haciendo lo mismo. Nuevamente sonrió y asintió.
Lo acompañé y, cuando llegamos, se sumó a su papá y a su mamá. Con sus cortos once años, había entendido que estaba en un lugar especial, en un momento especial, recibiendo un llamado especial.
Esa noche presenciamos varios milagros y recordé una vez más que el simple hecho de compartir la Biblia y llenarnos juntos de su contenido, compartir dudas y respuestas y recordarle al otro, así tal cual está, que Jesús lo ama, también es ser iglesia.
Quizás hace mucho no vas a una iglesia porque estás decepcionado de la gente, o porque alguien te lastimó, o porque te sientes indigno. Quizá vas cada sábado por costumbre, pero sin interés o fervor en tu corazón. Pero puedes hacer mucho más de lo que te imaginas. La próxima, será una nueva oportunidad que Dios te da para probar una vez más qué se siente ir a él y ser tú iglesia en primer lugar.