La catástrofe de Malpasset
«Hagan todo esto, conscientes del tiempo en que vivimos y de que ya es hora de que despertemos del sueño. Porque nuestra salvación está más cerca de nosotros ahora que cuando creímos» (Romanos 13: 11).
Hace más de sesenta años, el 2 de diciembre de 1959, ocurrió una de las peores catástrofes de la historia de Francia: el colapso de la presa de Malpasset. Esta presa, construida sobre el río Reyran, se derrumbó debido a una falla tectónica y a las fuertes lluvias que habían caído en los días previos. El resultado fue una ola gigantesca que arrasó con todo a su paso, dejando un saldo de más de cuatrocientos muertos y miles de damnificados. ¿Qué habría pasado si alguien hubiera advertido a tiempo del peligro que se cernía sobre aquella región? ¿Cuántas vidas se habrían podido salvar si se hubiera evacuado a la población antes de que la presa se rompiera? ¿Qué responsabilidad tendría el que supiera del riesgo y no lo comunicara a los demás?
Estas preguntas nos llevan a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como cristianos. Nosotros sabemos que hay un peligro inminente para toda la humanidad. Las Escrituras declaran: «Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado» (Apocalipsis 14: 7). Este es un anuncio del juicio de Dios, que continúa con una fuerte advertencia: «El que adore a la bestia y a su imagen, y acepte llevar su marca en la frente o en la mano, también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre» (vers. 9, 10, RVC). ¿Estamos advirtiendo a las personas de este peligro? ¿O somos indiferentes por miedo o vergüenza?
El apóstol Pablo dijo: «Para mí no es motivo de orgullo anunciar el evangelio, porque lo considero una obligación ineludible. ¡Y ay de mí si no lo anuncio!» (1 Corintios 9: 16). Pablo sentía la urgencia de advertir a todos del juicio venidero y de la gracia disponible en Cristo. No sabemos cuándo será el día final, ni tampoco cuándo será la última vez que veremos a alguien. Por eso debemos actuar con urgencia y fidelidad.
Que el Señor te ayude a ser un fiel testigo de su gracia y a advertir a otros del peligro que les acecha si no se refugian en Cristo.