¿Por qué es importante ser humilde?
“Solo tiene poder quien se inclina para recogerlo”. Dostoyevski
Fuimos creadas de tal manera que nuestra vida gira en torno a cuatro relaciones: con Dios, con los demás, con la naturaleza y con nosotras mismas. La humildad es esa cualidad que nos permite el equilibrio en todas ellas y, por tanto, en la vida.
Nuestra relación con Dios nos recuerda que somos criaturas, amadas por un Hacedor a quien estamos sujetas. Hablar de sujeción hoy no nos granjeará popularidad, pero sí la sabiduría que se obtiene de plantearnos las preguntas que Dios hace: “¿Quién eres tú para dudar de mi providencia? ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra?” (Job 38). Job dijo: “¿Qué puedo responder yo, que soy tan poca cosa? Prefiero guardar silencio” (40:3, 4). Ese silencio que hacemos al sujetarnos voluntariamente a Dios para que nuestra vida le dé honor y gloria, es la humildad.
En nuestra relación con los demás, la humildad nos permite abrir la mente para aprender de otros, para admitir que no lo sabemos todo y que dos cerebros trabajan mejor que uno; y acercarnos a las personas con una actitud que abre puertas (sin por ello renunciar a nuestras convicciones; al contrario, convencidas de que el otro, sea quien sea, merece respeto, compasión y amor). Ni la familia (de la cual está hecha la sociedad) ni la iglesia son perfectas, pero son instituciones que Dios nos dio para ayudarnos a combatir la arrogancia con la que nacemos: la inclinación a considerarnos el centro del universo.
La naturaleza es una prueba del amor de Dios, que quiso crear un hogar idóneo para nuestro desarrollo; pero hace falta humildad para entender esto, en lugar de creer que está ahí para que yo me sirva de ella a mi antojo. Solo si soy humilde me relacionaré con el entorno respetándolo lo suficiente como para no perjudicarlo y recibiré con agradecimiento lo que me da, no en términos materialistas, sino en términos de belleza y paz.
La relación con una misma no es fácil. Aunque somos de inmenso valor, creadas a la imagen de Dios y redimidas por él, somos pecadoras que libramos duras batallas en nuestro interior. Ser humilde es confrontarme abierta y sinceramente con esa dualidad, hasta llegar a entender que “cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy” (2 Cor. 12:10). No es de mis logros, éxitos, belleza, dinero, salud o autoestima que deriva esa fortaleza, sino de la consciencia de que Dios actúa en mi vida. De ese reconocimiento íntimo deriva la humildad.
“El orgullo te lleva hacia la deshonra; la humildad, hacia la sabiduría” (Prov. 11:2, NBV).