Donde la ofensa no te alcance
“Cuando alguien me ofende, intento elevar mi alma muy alto, para que la ofensa no la alcance”. Descartes
Cuando alguien nos ofende, la mayoría de las mujeres tenemos la tendencia a sentirnos víctimas y, en torno a esto, giran hábitos peligrosos que terminan de hundirnos: comenzamos a darle vueltas a la cabeza analizando la ofensa; imaginamos situaciones reivindicativas en las que todos se dan cuenta de que fuimos injustamente tratadas; nos aislamos (porque el dolor siempre camina solo); sentimos que merecemos una disculpa… En definitiva, vivimos en un estado de espera, tristeza y automarginación que nos encadena.
Puesto que las ofensas son una realidad ineludible de la vida, madurar implica no caer en estos extremos cuando alguien nos ofenda de palabra o de obra, sino mantener un equilibrio y una fe que no hagan tambalear nuestro compromiso con Cristo ni con su iglesia (sí, precisamente ahí donde están las personas que nos ofenden).
Ante una ofensa, es fundamental que aprendamos a no caer en el victimismo, a no permitir que nuestro “derecho a la indignación”, por muy justo que nos parezca, se apodere de nosotras de una manera tóxica. ¿Por qué es tan importante impedir esto? Nos ayuda a entenderlo el pasaje de Efesios 4:26 y 27: “Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo”. Como vimos en la lectura del 6 de agosto (y creo que merece la pena recordarlo aquí para fijar conceptos a través de la repetición), esa palabra que ahí se traduce por “oportunidad” y que otras versiones de la Biblia recogen como “lugar” o “cabida”, en el griego original es topos, que significa “territorio” o “territorio estratégico”. ¿Qué es lo que nos está diciendo aquí el apóstol Pablo? Que cuando permitimos que el enojo (la ira, la ofensa, el enfado), aun cuando sea por una causa justificada, nos dure más allá de la puesta de sol de ese primer día, estamos cediendo al diablo un territorio estratégico en nuestra vida, que le dará acceso a generar más puntos débiles (amargura, polarización, prejuicio, aislamiento espiritual, deseos de venganza…).
Cuando alguien nos ofende (cosa que con toda certeza sucederá antes o después) tenemos una decisión que tomar: perdonar inmediatamente y así negar al diablo la posibilidad de avanzar a una posición estratégica más en el conflicto cósmico por nuestras almas; o rumiar lo sucedido continuamente, y permitir que la ofensa se sobredimensione, convirtiéndonos en soldados del enemigo con nuestra amargura y nuestros mecanismos de defensa (ofensa) recién aprendidos.
¿Mi consejo para ti? Sé libre en Cristo; pídele que eleve tu alma tan alto, que la ofensa no la alcance (por mucho que lo intente).
“Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo” (Efe. 4:26, 27).