Cuando Dios cambia el rumbo
“Señor, muéstrame tus caminos; guíame por tus senderos; guíame, encamíname en tu verdad, pues tú eres mi Dios y Salvador. ¡En ti confío a todas horas!” (Sal. 25:4, 5).
Hacer planes y organizar las actividades personales en una agenda es una estrategia que nos ayuda a optimizar el tiempo y los recursos de los que disponemos. Haciendo referencia a esto, la Palabra de Dios dice: “Los planes del diligente ciertamente tienden a la abundancia” (Prov. 21:5, RVR 95). Hermoso llamado a planificar diligentemente.
Los beneficios son obvios. Quienes organizan su actividades y compromisos en una sencilla agenda saben hacia dónde van y cómo llegar a sus objetivos. La improvisación, por el contrario, puede llevarnos a desperdiciar el tiempo y desviarnos del camino que nos conduce hacia los objetivos planeados y deseados. Los ejecutivos de empresas, las amas de casa, los estudiantes universitarios e incluso los niños tendrán grandes beneficios si desarrollan el hábito de hacer planes.
Sin embargo, al hacer planes, debemos recordar que el que se mueve supremo y soberano en nuestro favor es Dios. Nuestros planes están a su vista y debemos ser conscientes de que él puede modificarlos por su gracia y misericordia cuando nuestro destino final está en juego.
Toda hija de Dios sabe y acepta que, a veces, la ruta que había trazado cambia drásticamente y el tiempo planeado para el cumplimiento de un proyecto o un objetivo se retrasa o no llega. Pero, aferrada a su fe y sumisa a la voluntad divina, mantiene la calma sin perder al ánimo.
Antes de hacer planes, pregúntale a Dios cuáles son los que él tiene para ti. Enfócate en lo que puedes controlar y deja que lo demás lo resuelva él; este es el sendero que te lleva a experimentar la paz que él nos ofrece. Planifica tu día a día en compañía de Dios. Pon tus planes a consideración de su voluntad y, sin lugar dudas, tendrás la convicción de que, pase lo que pase, Dios está contigo.