El Dios de la dadivosidad
“Den, y les darán. Les darán una medida buena, apretada, remecida y rebosante” (Lucas 6:38).
No hay uno de nosotros que no haya recibido algo de Dios y, por lo tanto, ninguno puede escapar al llamado a que seamos dadivosos así como lo es él. “Den, y les darán”, es la orden de Jesús. ¿Intentamos de veras cumplirla?
Si miras a tu alrededor, verás que toda la creación proclama que Dios es dadivoso. Dios hizo el Sol, que nos da su calor. Dios hizo la Luna, que nos da su luz. Dios hizo las estrellas, que nos guían en la noche. Dios hizo el aire, que nos da oxígeno para vivir. Dios hizo las nubes, que nos dan su maravillosa sombra en los días de calor. Dios hizo el cielo, del cual desciende la lluvia. Dios hizo la tierra, que nos da alimento y provee un hogar. Dios hizo el mar, que da tanta vida y plenitud. Dios hizo los árboles, que nos dan frutos. Dios hizo las flores, que dan aroma y belleza. Dios hizo las plantas, las aves, las bestias, y todos ellos nos dan tanto constantemente. Dios hizo al ser humano… ¿damos nosotros con generosidad? Dios te hizo a ti, ¿eres tú dadivoso? Una de las bendiciones que Dios nos dio fue crearnos con la capacidad de dar. Pongámosla en uso.
Fijémonos en Jesús. Él se describió como el Pan de vida, la Luz del mundo, la Puerta, el buen Pastor, la Vid verdadera… Todas ellas imágenes de dadivosidad: el pan se da para saciar el hambre, la luz se da para disipar la oscuridad, la puerta se abre para dejarnos pasar, el pastor su vida da por las ovejas y la vid nos entrega la deliciosa uva. En la vida de Cristo podemos observar cómo funciona el principio del amor abnegado que nos lleva a dar, en primer lugar, a Dios, y después, a nuestros prójimos.
¿Qué sería de nosotros si Dios no fuera así de dadivoso? ¿De dónde obtendríamos la vida, la salud, el tiempo, las habilidades, las riquezas, el perdón, la salvación, la gracia, la paz y la vida eterna? Está claro que la vida en este mundo es el resultado de un constante dar divino para que el ser humano reciba. Y la culminación de la dadivosa vida de Cristo en este planeta fue el acto supremo de entrega, cuando en el monte Calvario fue levantando en una cruz. Por eso, si hay alguna criatura de Dios que debe imitarlo en el dar, ¡ese es el ser humano! Constantemente deberíamos preguntarnos si nos parecemos a Dios en dadivosidad.