El matrimonio trae cada día un nuevo amanecer
“Esposas, sométanse a sus esposos, pues este es su deber como creyentes en el Señor. Esposos, amen a sus esposas y no las traten con aspereza” (Col. 3:18, 19).
En el matrimonio, cada uno de los cónyuges debe encontrar crecimiento y desarrollo personal gracias a la travesía del pacto que han sellado ante el Señor. El matrimonio debe proveer cotidianamente, y en todas sus etapas, experiencias que satisfagan las necesidades emocionales, espirituales y sociales de cada uno de los esposos.
La relación matrimonial evoluciona a la par de los contrayentes; los cambios están sujetos a las circunstancias, las creencias, y los valores personales y familiares. El ciclo matrimonial se desarrolla en etapas, y cada una de ellas plantea dificultades y retos que ponen a prueba el amor que los esposos se profesan. Por supuesto que, aunque conlleva dificultades, también tiene sus bondades. La expectativa de la luna de miel y vivir enamorados para siempre no es una utopía; cuando esto se hace posible, cada etapa se asemeja a un nuevo amanecer, que ofrece experiencias enriquecedoras a la relación y los cónyuges.
Las experiencias de los primeros años tienen un tinte romántico que, aunque algunos aseguran que se pierde con el tiempo, no tiene por qué ser así; puede permanecer para siempre, aunque este se exprese de manera diferente.
Cuando los hijos llegan, el hogar se ilumina con una luz nueva que hay que vivir intensamente. Los padres que pintan canas tendrán que lidiar con el hijo adolescente sin olvidar que los que llegaron primero fueron los cónyuges, quienes tienen la necesidad de ser atendidos en primer lugar.
Aunque los hijos salgan a buscar su propio camino, el nido nunca estará vacío si lo colmamos de recuerdos, vivencias, imágenes, sabores y olores gratificantes, pues estos harán posible que cada día los esposos tengan un nuevo amanecer aquí en la tierra y nos permitirán ser testigos del eterno amanecer en el reino de los cielos junto a Cristo Jesús.