Florece, siempre florece
“No tengas miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios.Yo te doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa” (Isa. 41:10).
Hace cerca de diez años, un jardinero que vino a mi casa a hacer un trabajo plantó en medio del jardín un arbusto de flores de color rosa, llamado azalea. Desde ese momento, aquella azalea de flores rosas se transformó en nuestro orgullo familiar. Año tras año, su follaje era más hermoso y, cuando llegaba la primavera, florecía a destajo. Sus raíces se hicieron profundas y su tronco comenzó a engrosar; cada día se hacía más vigorosa y bella. Hasta que sucedió algo.
Un día, la miré y noté que sus hojas habían comenzado a caer y sus ramas a secarse. Busqué en su raíz a ver si la había afectado alguna plaga o si tenía insectos, pero no vi nada que la estuviera afectando. El jardinero me dijo que, sencillamente, su ciclo de vida había terminado y que era mejor reemplazarla por otra azalea más joven. ¡No lo podía creer y mucho menos lo quería aceptar! ¿Reemplazarla por otra más joven? Me horrorizaba la idea. Así que le puse nueva tierra con nutrientes en la raíz, le podé las ramas muertas que no daban flores y, entonces, llegaron las lluvias. ¡Increíble! ¡Mi azalea volvió a renacer! Estaba de nuevo hermosa como siempre.
Dios nos provee el sol de justicia, que recibimos abundantemente cuando estamos en oración y estudio de su Palabra. Otras veces, es necesario que él pode las ramas secas de nuestro carácter y que pasemos por el dolor de la prueba. Es cuando recibimos lluvias de gracia en respuesta a nuestras aflicciones que se nos devuelve la lozanía y estamos listas para compartir con otras mujeres su obra redentora y salvífica.
Amiga, hoy es tu día para crecer y florecer. No importa en qué terreno estés plantada; Dios trabaja en todo terreno. Exhala tu propio perfume, acepta tu forma y color, y alaba a tu Creador.