Si te suenas fuerte, te sangra la nariz
“Si neciamente te has enaltecido y te has propuesto hacer mal, ponte la mano sobre la boca. Ciertamente […] el que con fuerza se suena la nariz saca sangre y el que provoca la ira causa contienda” (Prov. 30:32, 33, RVR 95).
Quien alguna vez, descuidadamente, ha sonado su nariz con violencia, seguramente se arrepintió segundos después de haberlo hecho, cuando se dio cuenta de que fue una acción inapropiada a la que su cuerpo respondió con sangre y dolor. Provocar una pelea es igualmente insensato, pues solo deja huellas de dolor en el corazón. Las personas que pelean tienen estropeada su capacidad de dialogar, lo que las hace arremeter con toda su energía negativa contra el otro, sin tomar en cuenta las consecuencias.
Quien pelea lo hace en honor a su necesidad de control, debido a un deseo obsesivo de probar que su punto de vista es el correcto y de responsabilizar al otro cuando se da cuenta de que cometió un error. Quien tiene problemas para conectarse afablemente con el prójimo debe examinar si está conectado con Dios. Este es el comienzo y el final de las buenas relaciones interpersonales. Dios es ese elemento amalgamador que nos une al prójimo y nos hace ser sensibles y empáticos, sin dejar de lado nuestras opiniones con respecto a algo o a alguien.
Dialogar es un arte que se puede aprender con humildad y respeto, reconociendo que la opinión del otro es igual de válida que la tuya. Madre, conversa con tus hijos con sensatez; no los provoques a ira. Esposa, construye una buena comunicación con tu esposo, dejando de lado tu deseo irracional de tener siempre la razón y decir la última palabra. Si te resulta complicado este proceder, pide ayuda a Dios en oración, cierra las compuertas para que no se desborde tu soberbia y tu egocentrismo, y permite que la paz de Dios inunde tu ser.
Crea un ambiente pacificador y conciliador dondequiera que estés, de tal modo que tu presencia sea un reflejo nítido de la presencia de Dios.