Me defiendo con dientes y muelas
“Hay quienes tienen espadas en vez de dientes y puñales en vez de muelas, para acabar por completo con la gente pobre del país” (Prov. 30:14).
Cuando leí el texto que uso como base para la reflexión de hoy, recordé un dicho popular que dice: “Me defiendo con dientes y muelas”. Este dicho hace referencia a la actitud que algunos asumen frente a una discusión, que más bien pareciera una disputa encarnizada hasta las últimas consecuencias. Por supuesto, en el reino animal no nos llama tanto la atención este hecho.
Todos hemos visto documentales, o incluso escenas reales, de animales que se defienden a mordidas. Gracias a Dios que nosotros, creados a la semejanza divina, poseemos la capacidad de razonar, a través de la que podemos pensar, reflexionar y tomar decisiones en favor del bien común, sin lastimar, herir ni mancillar al prójimo. El proverbista, sin embargo, usa esta figura del pensamiento para ilustrar la forma en la que algunos intentan acabar con los más pobres.
Los pobres son una población muy vulnerable. No solo se trata de aquellos que carecen de recursos materiales, pues también podemos incluir en ese grupo a los desvalidos emocionales, a quienes carecen de recursos espirituales, a las personas que son débiles en la fe y a tantos otros a quienes les faltan los recursos para hacer frente a esta vida.
La misericordia es una virtud indispensable para la sana convivencia humana y proviene de Dios, es un atributo de su carácter. La misericordia está definida por el Diccionario de la Lengua Española como la “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos” y el “atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas”. Esta cualidad debe estar presente en la vida de la mujer cristiana.
Seamos misericordiosas; comencemos a serlo en el círculo íntimo de la familia. Que nuestras palabras no sean como espadas o cuchillos que acaben con la dignidad de los que están bajo nuestro cuidado y responsabilidad.
Apropiémonos de la misericordia de Dios, viviendo en compañerismo estrecho con él, de tal forma que fluya de manera natural a través de nosotras y nos convirtamos en instrumentos de sanación para los demás.