¿Sumisión o libertad?
“Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Sal. 119:45).
William Wilberforce se propuso abolir la esclavitud. Lideró una campaña, fue abriéndose paso como político y terminó presentando un proyecto de ley que finalmente fue aprobado por el Parlamento británico en 1807.
Se interesó en las reformas sociales, en mejorar las condiciones de las fábricas y en varios proyectos más.
Dieciocho mociones fueron las que presentó para abolir la trata de esclavos. Muchos lo apoyaban y las condiciones en que los esclavos viajaban se hicieron más conocidas y despertaron la conciencia dormida de muchos.
Lamentablemente, el hecho de que se aprobara el proyecto y la esclavitud se aboliera, no necesariamente liberó a los esclavos inmediatamente. Hubo que esperar 26 años más.
Las acciones de Wilberforce realmente tuvieron un impacto duradero en la sociedad y fomentaron otro tipo de reformas en el país y en otros lugares donde la esclavitud también era una realidad.
Así como pasó esa vez, el hecho de que se nos hayan dado la libertad y la salvación no necesariamente implica que nos liberemos inmediatamente. A veces, lleva un largo proceso ser conscientes de lo que Dios nos ha dado, de lo que nos ofrece para siempre; y comenzar a vivir consecuentemente.
“El gobierno de Dios no está fundado, como Satanás quiere hacerlo aparecer, en una sumisión ciega y en un dominio irracional. [Al contrario,] apela al intelecto y la conciencia. […] Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas Él no puede aceptar un homenaje que no se le dé voluntaria e inteligentemente. Una sumisión meramente forzada impediría todo desarrollo real de la mente o el carácter; haría del hombre un mero autómata. […] Él desea que el hombre, la obra maestra de su poder creador, alcance el más alto desarrollo posible. Nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a entregarnos a él con el propósito de poder obrar su voluntad en nosotros. A nosotros nos toca elegir si seremos libres de la esclavitud del pecado para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (El camino a Cristo, pp. 38, 39).
Ojalá hoy no seamos meros autómatas y entendamos el concepto que Dios tiene de libertad.