Esto es el amor: hacer el bien sin mirar a quién
“No paguen a nadie mal por mal. Procuren hacer lo bueno delante de todos” (Rom. 12:17).
Cuando fuimos creadas –por cierto, a imagen de Dios–, hacer el bien era un principio de vida intrínseco a nuestra naturaleza. Después de la caída, sin embargo, el deseo natural de hacer el bien fue relegado por el orgullo. Lamentablemente, hoy muchas obras de bien están fundamentadas en una búsqueda de reconocimiento y se realizan como mecanismo defensivo para parecer que somos buenos. Pero no es suficiente parecer buenos; es necesario serlo de verdad.
Hacer el bien es una evidencia de que somos hijas de Dios. Las obras de bien en favor de otros regresan a nuestra vida envueltas en bendiciones. Si queremos ser hacedoras de bien, necesitamos conocer con exactitud lo que separa lo bueno de lo malo, lo bondadoso de lo perverso, y lo santo de lo profano. La voz interna del Espíritu Santo nos guiará en este asunto.
La madre que ama a su bebé no lo abandona al llanto innecesario; sentarte a escuchar al hijo adolescente es el mejor “plato” de amor que este puede disfrutar; amar a los padres es hacer actos bondadosos para proveerles satisfacción; hacer el bien a los vecinos no solo es no molestarlos, sino ser solidarios y respetuosos de su espacio, de su privacidad, de su tiempo, de sus hábitos y preferencias. Ser buenos vecinos es la mejor forma de testificar que somos hijas de Dios.
Hacer el bien es un deber cristiano; si lo cumplimos, no solo seremos mejores personas, también sensibilizaremos a una sociedad deshumanizada, que corre en busca de bienes materiales sin importar quién caiga en el intento.
Te invito a que esta noche, cuando el trajín de la vida haya cesado, tomes papel y lápiz, anotes actos de bondad, los examines con Dios en oración y te preguntes: ¿Qué me impulsa a realizar una obra de bien? ¿Será que espero algo a cambio, que lo hago para recibir reconocimiento? ¿O siento el llamado del evangelio a hacer lo bueno delante de todos?