La verdad está allí
“El cielo proclama la gloria de Dios; de su creación nos habla la bóveda celeste” (Sal. 19:1).
Cuando al llegar la noche el convertidor de energía solar se apagó, salí de la estación misionera con mi toalla. Había pasado el día documentando la clase de Enfermería del Union College, para la que atendíamos pacientes en una clínica improvisada en un país centroamericano. Ninguna fuente de luz artificial interrumpía la oscuridad, pero gracias a la luna podía ver lo suficiente como para dirigirme a la ducha.
Había tantas estrellas en el cielo que me hicieron darme cuenta de que casi había olvidado que existían. La Osa Mayor lucía como una colosal atracción de un parque esperando a sus visitantes. Orión deslumbró mis sentidos. La Vía Láctea se extendía como una ola marina tachonada de diamantes. Me pregunté cómo se verá nuestro Sol desde algún otro sistema solar. No sé si sería debido al repelente de insectos que rocié sobre mis tobillos, pero sentía que podía saltar y comenzar a nadar a través de las estrellas.
Cuando mis padres se mudaron por primera vez a donde viven actualmente, aún podían verse innumerables estrellas sobre sus dos hectáreas de terreno. A altas horas de la noche, yo me iba con una manta, me echaba en el césped y miraba el cielo a través de unos binoculares. La Vía Láctea se veía espectacular. Casiopea parecía mirarme como dos ojos amigables. Ahora el cielo nocturno donde viven mis padres no es lo que solía ser. La Vía Láctea apenas puede verse. Ni siquiera puedo encontrar la Estrella del Norte; se pierde por la iluminación de las calles y las casas. La luz más brillante en el cielo nocturno ya no es la Vía Láctea, sino el resplandor perenne de la prisión estatal, a unos pocos kilómetros. Con suerte, podemos ver la Luna.
Es triste cómo podemos perder de vista la luz antigua debido al resplandor artificial de la iluminación moderna. La verdad está allí, pero la hemos perdido entre el brillo de focos fluorescentes y luces de neón. Dios está llamando nuestro nombre, pero estamos demasiado distraídos para darnos cuenta. Su amor y majestad nos llaman desde los lugares celestiales, pero no podemos ver más allá del semáforo.
Detente. Sea lo que sea que te motive, sea lo que sea que te esté cegando, detente y mira de nuevo lo que Dios quiere mostrarte. Con su ayuda, podrás verlo.