El Dios de la meta final
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida?” (Mateo 16:26, DHH).
La enseñanza más importante del texto de hoy es que, según Dios, la meta final de nuestra existencia debe ser nuestra salvación. Hemos recibido la vida de Dios y debemos preservarla usándola de un modo que glorifique al Señor. Cualquier uso distinto que le demos a esta vida, aun cuando nos parezca placentero, nos conducirá a perder la vida eterna. Según Cristo, ni siquiera el mundo entero es suficiente para cambiarlo por la eternidad.
Si logramos vivir orientados siempre hacia la salvación como meta final de nuestra existencia, sería mucho más fácil identificar cualquier obstáculo o distracción en el camino. Nos daríamos cuenta de si algo que nos gusta o que deseamos intensamente no es bueno porque nos distrae de esa meta.
Hay en la mitología griega una historia acerca de un hombre llamado Sofronio cuya hija se llamaba Eulalia. Lucinda, el conquistador del pueblo, tenía la mala reputación de haber dañado la vida de varias jovencitas, a pesar de lo cual Eulalia aceptó una invitación de él para salir. Preocupado, el padre de la joven le pidió que no lo hiciera, pero ella insistió. El padre trató de convencerla recordándole quién era Lucinda, a lo cual ella respondió diciéndole que de todas maneras saldría con él.
–Está bien, si eso es lo que quieres –aceptó el papá–. Pero antes de hacerlo ve, por favor, y tráeme uno de los carbones que quedaron en la chimenea.
–¿Para qué quieres que te traiga un carbón de la chimenea? –quiso saber Eulalia.
–Solo ve –le indicó su padre–. Ya el fuego se apagó, así que, no te vas a quemar.
–Ya sé que no me voy a quemar –replicó la joven–, pero me puedo ensuciar.
–Eso es precisamente lo que estoy tratando de decirte. Puede ser que una noche con la persona equivocada no te queme, pero puede ensuciarte de una forma que luego lamentarás.
Es claro el principio que subyace en esta historia: o vivimos para el momento (para complacer nuestros sentidos) o vivimos para alcanzar la meta final de nuestra existencia. Nuestro Dios nos dice que no hay nada más valioso que la salvación hecha posible en la Cruz. Por tanto, eliminemos de nuestra vida cualquier cosa que nos distraiga, que disminuya o destruya la meta final de vivir con Dios por la eternidad.