Dios nos da mucho más de lo que merecemos
“No nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5:9).
El negocio de Dios es salvar a todas las personas que acepten su generoso ofrecimiento. A eso dedica él toda su sabiduría, toda su fuerza y toda su voluntad. Ese es su plan, es por lo único que celebra una fiesta, y es la razón por la que cada día añade más miembros a su iglesia. Siendo así, Dios no se dedica a condenar a nadie.
Ciertamente, nuestros pecados son merecedores de la ira divina, pero no es ira lo que recibimos de parte de Dios. No es venganza ni indignación lo que lo mueve. Dios nos da mucho más de lo que merecemos: nos da la salvación, si la aceptamos. El texto de hoy sirve para animarnos unos a otros en cuanto a la seguridad que podemos tener de que Dios ha hecho, está haciendo y seguirá haciendo todo lo que haga falta para garantizar nuestra salvación.
También este texto es propicio para edificarnos unos a otros, motivándonos a vivir a la altura del llamamiento que nos ha hecho Dios. Te invito a reflexionar sobre lo siguiente: ¿es posible que Dios nos haya dado a su Hijo, que aceptara que este se despojara a sí mismo y se hiciera un siervo obediente hasta la muerte y que muriera crucificado, para que al final nosotros recibiéramos la ira del juicio divino? ¡Claro que no! ¿Para qué, entonces, Dios nos dio su Palabra? ¿Para qué puso al alcance de nosotros la oración? ¿Para qué fundó la iglesia, para qué el perdón, el ministerio del Espíritu Santo, los dones, la fe, el fruto del Espíritu, y tantos otros recursos que Dios nos ha provisto, si no es para invitarnos a vivir a esa altura? ¿Para qué, si no es para lograr que, teniendo la certeza de la salvación, vivamos acorde con esa realidad?
Todo lo que Dios hizo, hace y hará es para que seamos salvos. Mientras estemos con él, dependiendo de su poder y con fe en el sacrificio del Hijo, el resultado será salvación para nosotros. Sostenidos por esa seguridad podemos dedicarnos a vivir una vida consagrada a su servicio. Así que, no es tiempo de estar dormidos espiritualmente hablando, sino de ser vigilantes de nuestra salvación. No nos conviene tener relación con asuntos de las tinieblas porque no fue para eso que Dios nos puso aquí. Somos de la luz, de Cristo, y nuestro destino es vivir juntamente con él.