Vive para educar
“La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida”. John Dewey
Un hombre compró por 10 dólares un barril de pescado en el puerto, y lo revendió por 20 dólares. La persona que lo compró por 20, lo revendió por 30, y quien lo compró por 30, lo revendió por 40. Estando ya el pescado en el punto de venta al público, una señora vio que estaba podrido y se lo dijo al vendedor; este fue a reclamarle a quien se lo había vendido y, este último, a quien se lo había vendido a él. Así sucesivamente hasta que el primer comprador llegó al puerto, junto al primer vendedor.
—Devuélveme el dinero —le dijo—, porque este pescado está podrido.
—¿Estás loco? —respondió el primer vendedor—. Ese pescado no es para comer, es para vender.
Ese es el error que a veces cometemos en la educación de los hijos: queremos venderles un producto que nosotras no “comemos”.
Educar es desafiante. Para enfrentar este desafío tan grande, tenemos que partir de una pregunta esencial: ¿Qué clase de personas quiero que sean mis hijos? Una vez sepamos la respuesta, el primer paso es modelar para ellos eso que queremos que lleguen a ser. El regalo más importante que podemos dar a nuestros hijos es hacerles ver el gran valor que tienen para nosotras, las madres, los principios del cristianismo; hacerles comprender, por medio de nuestro ejemplo, que merece la pena seguir a Jesús, “comer” el evangelio y transmitirlo con la pasión de una vida transformada por él.
“La educación es el movimiento de la oscuridad a la luz”,201 y requiere que seamos luz. Pero a veces tenemos la actitud de la que habla el apóstol Pablo en Romanos 2: “Confías en la ley de Moisés, y estás orgullosa de tu Dios. Conoces su voluntad, y la ley te enseña a escoger lo mejor. Estás convencida de que puedes guiar a los ciegos y alumbrar a los que andan en la oscuridad; de que puedes instruir a los ignorantes y orientar a los sencillos. […] Pues bien, si enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti misma? Si predicas que no se debe robar, ¿por qué robas? Si dices que no se debe cometer adulterio, ¿por qué lo cometes?” (17-22). No tiene sentido.
Vive cada día lo que intentas enseñar a esos “sencillos” que son tus hijos. No les vendas algo que tú no “comes”.
“Lo que se siembra, se cosecha. […] El que siembra en el Espíritu, del Espíritu recogerá una cosecha de vida eterna” (Gál. 6:7, 8).
201 Frase de Allan Bloom.