El deleite cristiano
“Deseo poco, y lo que deseo, lo deseo poco”. Francisco de Asís
En 1953, James Olds y Peter Milner llevaron a cabo un experimento con ratas. Primero, les implantaron electrodos en la región del cerebro donde se libera la dopamina, que es la hormona del placer. Luego, conectaron ese electrodo a una palanca que las ratas, si así lo deseaban, podían presionar tanto como quisieran para recibir descargas de placer. Había otras palancas diferentes, pero de manera consistente las ratas pulsaban la palanca del placer hasta miles de veces por hora; muchas, incluso, hasta morir. Las descargas de placer eran más importantes para ellas que la comida, el agua, o la misma vida.
Esta es, en esencia, la explicación biológica de la adicción: dejado a sí mismo, a sus instintos básicos, el cerebro prefiere la satisfacción continua de un deseo o la búsqueda constante de placer, sobre cuestiones vitales y de mayor calado como la salud, el equilibrio, los valores, los principios o las creencias. Estoy hablando ahora de los humanos, en quienes está demostrado que funciona también este mecanismo biológico básico. La pregunta crucial que debo hacerme es: ¿Qué haré yo? ¿Fomentaré el uso de la racionalidad sobre el instinto? ¿A qué daré más importancia, a la consecución de los deseos y placeres temporales (aunque pueda perder la vida por ello) o a lo profundo y esencial como la fe o la esperanza en un mundo donde todo será hecho nuevo, incluso mi propio cerebro ahora limitado?
¿Potenciaré alcanzar lo que a mí me agrada, hasta el punto que la vida misma y los valores del evangelio carezcan de importancia, o daré prioridad a descubrir lo que a Dios le agrada de la vida humana y haré de eso mi referencia conductual? Si deseo vivir una vida cristiana, aquí hay tres claves bíblicas para apoyar mis decisiones:
- “A él le agradan los que lo honran, los que confían en su amor” (Sal. 147:11). Honrémoslo viviendo una vida lo menos marcada por el egoísmo posible y plena de confianza en él.
- “El Señor dirige los pasos del hombre y lo pone en el camino que a él le agrada” (Sal. 37:23). Dejémonos dirigir por él, y no por nuestros instintos y pasiones.
- “Me deleitaré en tus estatutos, y no olvidaré tu Palabra” (Sal. 119:16, LBLA). Entrenemos nuestro cerebro para que llegue a hacer de la Palabra, y de Dios mismo, el centro de su deleite.
“Ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos” (Sal. 37:4).