Aunque no te digan “gracias”
“No es la felicidad lo que nos hace estar agradecidos; es estar agradecidos lo que nos hace ser felices”. David Steindl-Rast
¿Te decepcionas cuando alguien a quien has hecho un favor no te da las gracias? ¿Te duele cuando alguien por quien continuamente estás haciendo cosas da por sentado que seguirás haciéndolas, y nunca se detiene a agradecerte y, mucho menos, a hacer algo por ti? Si es así, bienvenida al club de los humanos: pocas cosas son tan humanas como esperar recompensa.
Cuando hemos aprendido a dar las gracias como mero acto de educación, esperamos que la gente nos dé las gracias si hemos hecho algo por ellos (y si puede ser de una manera tangible, mejor). Si no nos agradecen, concluimos que son maleducados o ingratos, y nos distanciamos un poco. Nos decepcionamos ante la falta de gratitud, y la alegría que sentimos cuando hicimos lo que hicimos (y que creemos merece algún tipo de agradecimiento compensatorio) se pierde. ¿Sabes qué? Sentirse así es contrario al verdadero agradecimiento.
La persona agradecida con Dios y con la vida se siente igual de feliz cuando le agradecen por lo que ha hecho como cuando no. ¿Por qué? Porque sus actos se basan en dos cosas:
- honrar a Dios y
- beneficiar a otros.
El foco (y por tanto la felicidad que deriva del acto de bondad) no está en uno mismo, por eso no se espera nada. De este modo, ser agradecidas nos evita las frustraciones causadas por expectativas no cumplidas.
La alegría de la vida se deriva de la práctica cotidiana de la gratitud. ¿Y cómo se practica? Hay diversas maneras: escribiendo cada noche razones por las que estás agradecida; dando gracias de viva voz con la familia antes de comer o de acostarte; incluyendo el agradecimiento activo en nuestras oraciones diarias; haciendo por otros lo que hicieron por nosotras aquellos con quienes nos sentimos agradecidas… Estos hábitos, arraigados en nuestra rutina, nos hacen más conscientes de lo que tenemos y lo que somos, lo cual deriva en plenitud, satisfacción con la vida, felicidad.
Desarrollemos un olfato que aprecie en lo ordinario todo aquello que es digno de agradecimiento. De esa manera no nos pasarán desapercibidos los momentos cotidianos que dan verdadera alegría. Y cuando una vive así, agradecida y alegre, no le decepciona que otros no le den las gracias.
“Todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Col. 3:17, NVI).