Siguiendo a una estrella
«¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente, y venimos a adorarlo» (Mateo 2: 2, RVC).
Ni el rey Herodes ni los sacerdotes y maestros de Israel «querían rebajarse a recibir instrucciones de aquellos a quienes llamaban paganos. No podía ser, razonaban, que Dios los hubiese pasado por alto para comunicarse con pastores ignorantes y gentiles incircuncisos»
Y así fue como Herodes y su corte desoyeron la gran noticia del nacimiento del Mesías confiada a sabios extranjeros. Los magos buscaban al Dios verdadero, y a la vista de este estaban mucho más cerca de él «que aquellos que profesaban adorarle». De modo que los magos del Oriente siguieron ellos solos su ruta hacia Belén. Allí encontraron, en efecto, al rey recién nacido, y se arrodillaron ante el niño divino, en un humilde pesebre, ubicado en un modesto establo de un vulgar mesón. Unos pocos buscadores del saber de este mundo se inclinan ante el portador de la revelación definitiva. Unos anónimos representantes de la ciencia de su tiempo se postran ante el Rey del universo, encarnado en la inocencia y el amor.
Tres ricos generosos ofrecen sus presentes a quien se ha hecho pobre para dárnoslo todo. Arrodillados sobre la paja, envueltos en sus suntuosos mantos, estos buscadores sinceros adoran en el recién nacido a su Salvador y Dios, y le ofrecen sus más preciosos regalos. Innumerables viajeros, desde entonces y antes, siguen viajando guiados por los astros. Navegantes y exploradores, conquistadores y descubridores, encontraron rumbos nuevos orientándose con el cielo. Unos se orientaron con la estrella polar, que es la única que permanece invariable en el mapa estelar del hemisferio norte. O se ubicaron con la Cruz del Sur, cuando se atrevieron a aventurarse por el hemisferio austral. Y así hallaron nuevos mundos. En el firmamento religioso y espiritual de nuestro tiempo cada vez aparecen más «estrellas» atrayendo la atención de la gente hacia falsos guías.
Muchas personas son así engañadas y ofrecen sus tesoros a desaprensivos en vez de ofrecérselos al rey del universo. El cielo sigue, sin embargo, enviando sus mensajes a todos los que quieren prestarle atención y seguir sus orientaciones. Señor, hoy te pido que, como aquellos sabios, tenga la humildad de ponerme a la escucha de los mensajes del cielo. Que quien guía la estrella de Belén me guíe a mí también en la vida, y que el brillo engañoso de ninguna otra estrella consiga apartarme del camino que me lleva a ti.