
Entre mosquitos y camellos
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque pagan el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y soslayan lo más importante de la ley, que es la justicia, la misericordia y la fe. Es necesario que hagan esto, pero sin dejar de hacer aquello. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito, pero se tragan el camello!» (Mateo 23: 23-24, RVC).
Jesús aplica la palabra «hipócrita», que mencionamos ayer y que se repite siete veces (cifra de la plenitud) en el pasaje que incluye esta cita, a quienes actúan pretendiendo ser lo que no son, a los que fingen y aparentan actitudes de superioridad para disimular su pobre realidad.
Aquí Jesús se lamenta de aquellos religiosos más integristas que se muestran en público excesivamente escrupulosos en las cosas más pequeñas, pero que en su vida personal carecen de conciencia para lo realmente importante.
La figura de «colar el mosquito» viene de la costumbre de los fariseos estrictos de filtrar los líquidos para evitar la presencia de indeseados insectos que hubieran podido caer en ellos haciéndolos ritualmente impuros. El camello no solo es citado a causa de su gran tamaño sino y, sobre todo, por tratarse de un animal inmundo según las leyes levíticas (ver Lev. 11: 4).
Este tipo de hipócritas, aunque no sean escribas ni fariseos, siguen existiendo, por desgracia, entre los creyentes de hoy en día. Se contentan con una religión de formas, de prejuicios y de descalificaciones contra los que no son como ellos. Porque así creen ser superiores a los menos rigurosos. Su presunta espiritualidad tiene mucho de intransigencia sectaria y de fanatismo intolerante. Pero muy poco del espíritu de Jesús.
Mientras que otros intentan acercarse a quienes todavía no conocen al Maestro, nuestros modernos «actores» se contentan con criticar la mundanalidad de sus hermanos, la secularización de sus vidas o la calidad del mensaje. En vez de orar por su iglesia, se dedican a denunciarla ante las personas a las que tendrían que evangelizar. Buscando siempre la paja en el ojo ajeno, se limitan a divulgar cualquier fallo que pueda descalificarla.
Sus mensajes de condena dejan claro que no conocen a Jesús ni su gracia. No es fácil razonar ni orar con ellos. No les interesa, porque la base de su «religión» es que no se sepa cómo son de veras. Aunque aparentan ser los más santos, se les reconoce fácilmente, porque cuando hablamos de Jesús, de su gracia y su amor, se incomodan, se retuercen en sus asientos y se lanzan a las redes a alimentarse de críticas o a compartirlas.
Dios mío, líbrame de esta forma de hipocresía y lléname de amor sincero por tu mensaje y por aquellos que aún no te conocen.