Jueves 28 de Julio de 2022 | Matutina para Adultos | “Haz tú lo mismo”

“Haz tú lo mismo”

“¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29, RVC).

La pregunta de nuestro texto de hoy la hizo un maestro de la ley a Jesús mientras el Señor enseñaba a la multitud. El Señor le respondió con la parábola del Buen Samaritano.

En su camino de Jerusalén a Jericó, un hombre es asaltado, salvajemente golpeado y abandonado por los asaltantes. Un sacerdote que va de paso se percata del hecho, pero sigue de largo. Igual sucede con un levita. Solo un samaritano se detiene, se compadece de él, venda sus heridas y lo lleva a una posada para que cuiden de él. Más aún, antes de seguir su camino, encarga al posadero proveer al herido de todo lo que necesite, con cargo a su cuenta.

Entonces el Señor devuelve al experto en leyes su propia pregunta, pero con un “ligero” cambio:

–De estos tres, ¿cuál crees que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? (Luc. 10:36, RVC)

¿Notas la diferencia entre esta pregunta y la que hizo originalmente el maestro de la ley? La Biblia de estudio de Andrews señala que, con esa pregunta, Jesús “transforma la pregunta original del maestro de la ley –‘¿Quién es mi prójimo’– en otra más importante: ‘¿Soy yo un buen prójimo?’ ” En otras palabras, el maestro de la ley quería saber quién debía actuar como un prójimo hacia él, pero Jesús le hace ver la responsabilidad que él tiene de ser un prójimo para el que está en necesidad.

En el relato, ese prójimo había sido, indiscutiblemente, el samaritano; solo que, al responder a la pregunta del Señor, el maestro de la ley no quiso usar la palabra “samaritano”. Prefirió decir: “El que tuvo compasión de él” (vers. 37, RVC). “Pues ve y haz tú lo mismo”, le recordó Jesús.

Casi que se puede detectar el énfasis en las palabras del Señor: “Ya se trate de un judío o un samaritano, haz tú lo mismo”. Desde entonces y para siempre quedó respondida la pregunta del maestro de la ley: tú y yo hemos de ser prójimos para toda persona que esté en necesidad de ayuda. No importa cuál sea su raza, su color o su fe, debemos extender nuestra mano a todo aquel que necesite de nosotros.

La verdadera compasión significa acción; hacer algo para aliviar el dolor ajeno, no importa quién sea la persona o de dónde provenga. Este es un buen día para que tú y yo nos hagamos la pregunta:

¿Qué clase de prójimo soy?

Señor, hoy quiero servir a todo el que necesite de mí, sin “distinción de raza, color o clase”. Quiero seguir tus pisadas, y glorificar así tu santo nombre.

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