Si Dios existe, ¿por qué hay tanto mal en el mundo?
“Los necios piensan que no hay Dios” (Sal. 14:1)
¿Quién no se ha hecho la pregunta que forma parte del título de la meditación de hoy? Creo que es la pregunta que más a menudo me hacen, especialmente aquellas personas que buscan un motivo para excluir a Dios de sus vidas. “¿Acaso el mal que vemos a nuestro alrededor no demuestra que somos el resultado del azar y que Dios no existe?”, razonan. De allí que dar respuesta a esta pregunta tan delicada tiene mucha importancia para nuestra cosmovisión.
Hoy quiero que reflexionemos en lo que el mal nos dice sobre Dios. Permíteme comenzar preguntándote: ¿Alguna vez has pensado que la existencia del mal en realidad confirma la existencia de Dios? Un momento… ¡¿qué?! ¿Cómo puede la existencia de algo tan despreciable y dañino como el mal demostrar que Dios existe? Razonemos un poco. Si podemos catalogar un acontecimiento o conducta como “malo”, ¿no implica eso que también podemos catalogar lo opuesto como “bueno”?
Para que el mal pueda existir, primero debe existir el bien. En segundo lugar, ¿bajo qué parámetro distinguimos entre el bien y el mal? Al clasificar un acontecimiento como “bueno” y otro como “malo”, ¿no estamos dando por sentado que existe una ley moral universal y objetiva que nos muestra la diferencia entre el bien y el mal?
Ahora viene la conclusión lógica: si la distinción entre el bien y el mal es evidencia de la existencia de una ley moral, ¿no apunta dicha ley moral a un Legislador moral universal superior al ser humano? Fiódor Dostoyevski, el famoso escritor ruso, describió en Los hermanos Karamazov la cuestión de la existencia de Dios y la moralidad en pocas palabras: “Si Dios no existe, tampoco existe la virtud”. Si Dios no existe, el mal tampoco puede existir.
Negar la existencia de Dios no mejorará la situación de nuestro planeta, pero reconocer que Dios existe, que él es amor (1 Juan 4:8) y que desea salvarnos (Juan 3:16) sí tiene el poder de cambiar tu vida y traer sanidad y mejoría a tu comunidad y a todo el mundo. Al iniciar este día conviene no solo que reconozcamos que Dios existe, sino que él también recompensa a los que lo buscan (Heb. 11:6).
