Un encuentro con el enemigo – II
“Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mar. 1:22).
Al leer la historia del endemoniado la semana pasada, hubo otra cita que llamó mucho mi atención. Está más relacionada con lo que sucedía mientras Jesús hablaba, pero podemos aplicarlo también hoy.
“Jesús vigilaba con profundo fervor los cambios que se veían en los rostros de sus oyentes. Los rostros que expresaban interés y placer le causaban gran satisfacción. A medida que las saetas de la verdad penetraban hasta el alma atravesando las barreras del egoísmo, y obraban contrición y finalmente gratitud, el Salvador se alegraba. Cuando su ojo recorría la muchedumbre de oyentes y reconocía entre ellos rostros que había visto antes, su semblante se iluminaba de gozo. Veía en ellos promisorios súbditos para su reino. Cuando la verdad, claramente expresada, tocaba algún ídolo acariciado, notaba el cambio en el semblante, la mirada fría y amenazante, que le decían que la luz no era bienvenida (El Deseado de todas las gentes, p. 220).
Un verano en que estaba colportando, comencé a darle estudios bíblicos a una mujer cuya hija había sido dedicada por su padre al diablo. Cada vez que abríamos la Biblia y hablábamos de Dios, la niña comenzaba a comportarse mal y a hacer ruido para distraer a su mamá. En ocasiones, noté cómo su bello e inocente rostro se desfiguraba en una sonrisa maliciosa, y el impacto que dejó en mí fue muy profundo.
Nos llevó varios encuentros lograr que la mujer pudiera animarse a abrir la Biblia sola, orar y clamar en el nombre de Jesús y tomar esta iniciativa cuando se desataba esa batalla tan notoria en su propia casa, con su propia hija. Su rostro mostraba que ansiaba la verdad; el de su hija, que la rechazaba.
¡Cuánto dicen nuestros rostros! A veces no somos conscientes de lo que reflejan. Te invito a que, si estás dando algún estudio bíblico, puedas también observar a las personas mientras van procesando la nueva información y puedas orar especialmente por las necesidades que están pasando. Muchas veces, sin darse cuenta, nos dan indicios de dónde es necesario detenernos y cavar más profundo.
Por otro lado, ¡qué lindo sería que nosotros formásemos parte de ese grupo de personas que Jesús ya reconocía como fieles seguidores! Su ojo está atento hoy y podemos hacer una vez más que su rostro se ilumine de gozo por un nuevo encuentro con él.