
«Las palabras que digas te absolverán o te condenarán» (Mat. 12:37, NTV)
En Las 48 leyes del poder, Robert Greene cuenta una anécdota bastante jocosa pero que enseña una gran verdad. Un hombre había sido acusado y juzgado por espiar el país y dar información a los enemigos de su nación. Como resultado de sus acciones había sido condenado a morir en la horca. El día de la ejecución se siguieron todos los protocolos de lugar y una multitud se reunió en la plaza para presenciar la ejecución del traidor. Pero para sorpresa de todos, cuando se activó la horca y todos esperaban ver al hombre retorcerse hasta morir, la soga se rompió y el hombre cayó al suelo con vida.
El encargado de la ejecución se presentó de inmediato ante el rey para darle la noticia de lo sucedido. El rey, al escuchar lo relatado exclamó: «¡Los dioses le han dado una oportunidad!». Cuando el monarca estaba a punto de firmar el indulto, preguntó todavía bajo los efectos del asombro: «¿Y qué dijo ese hombre al caer
con vida al suelo?». El verdugo replicó: «Que este país es tan malo que ni las sogas para ahorcar a los condenados sirven». «Entonces —dijo el monarca— prueben con otra soga, para ver si tiene razón».
Las palabras que tú y yo proferimos tienen un poder mucho mayor que el de solo expresar lo que sentimos o hacer sentir bien o mal a los que nos rodean. Nuestras palabras, dice Jesús, son un reflejo de lo que hay en nuestro corazón (ver Luc. 6:45) y tienen el poder de determinar nuestro destino. Hoy en día se habla mucho de cómo alcanzar el éxito, pero se dice muy poco de cómo controlar nuestra lengua. Una persona que no controla sus palabras, tarde o temprano lo perderá todo: el trabajo, la familia y los amigos.
Pero nuestras palabras tienen una dimensión mucho más profunda que la de simplemente determinar nuestro destino aquí en la tierra, ellas también influyen en nuestro destino eterno. El apóstol Pablo escribió que, aunque «con el corazón se cree para justicia», es con la boca que «se confiesa para salvación» (Rom.
10:10). De manera que «si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación» (Rom. 10:9). Como le sucedió al caballero de la ilustración, tus palabras pueden significar la vida o la muerte para ti, escógelas sabiamente.

