
«Pido que ustedes experimenten ese amor, que nunca podremos entender del todo. Así estarán completamente llenos de Dios» (Efe. 3:19, NBV)
Durante el otoño de 1937, Ed Keefer cursaba su último año de ingeniería en la Universidad de Toledo, en Ohio. Keefer era el presidente del club de cálculo, vicepresidente del club de ingeniería e inventor del «Cupidoscopio». Este curioso dispositivo prometía mostrar, con «precisión científica», si una pareja estaba realmente enamorada.
Keefer explicaba que el cupidoscopio expresaba en «amorciclos» el grado de amor de una pareja. ¿Cómo? La pareja en cuestión sostenía los electrodos ubicados a ambos lados del dispositivo y los acercaba gradualmente, lo que activaba una descarga eléctrica que aumentaba a medida que las manos de los participantes se acercaban más, hasta que uno de los dos soltaba los electrodos debido a la «chispa», literalmente. Cuanto mayor era la tolerancia a la descarga, más «amorciclos» registraba el cupidoscopio, en un rango que iba desde «sin esperanza» a «busquen un pastor».
Aunque parezca una broma de adolescentes, el cupidoscopio fue uno de varios experimentos que se realizaron en Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX para cuantificar el amor. Como te podrás imaginar, dichos experimentos no condujeron a nada relevante.
Obviamente no existe una forma «científica» de medir el amor romántico ni el amor que sentimos por nuestra familia. Ahora bien, la Biblia habla de un amor que, aunque es más grande de lo que podemos entender, se manifestó de forma visible mediante el sacrificio. Jesús declaró durante la última cena que «el amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos» (Juan 15:13) y Pablo añade en Romanos 5:8 que «Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros». Por su lado, el apóstol Juan concluye que «conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros» (1 Juan 3:16).
En la cruz del Calvario, Dios demostró el amor más grande que el universo haya visto, no al soportar una descarga eléctrica, sino al soportar la cruz y la vergüenza pública (ver Heb. 12:2). «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga
vida eterna» (Juan 3:16). Hoy, al considerar la cantidad de «amorciclos» que marca la cruz de Cristo, ¿cómo responderás a semejante amor?

