
«Yo he pedido a Dios que te ayude, para que te mantengas firme» (Lucas 22: 32, TLA).
ué hacer por los que desearíamos ayudar cuando no podemos hacer nada?
Yo ya estaba en el quirófano, cuando sonó la alarma del profesional que me asistía. Era festivo y el equipo médico de guardia de la sección de urgencias del modesto hospital local se reducía a las tres personas que me
estaban atendiendo de un corte en una pierna: un generalista, una cirujana y una enfermera, a cuál más joven.
«Lo siento mucho, señor —me dijo desolada la cirujana—, acaba de ingresar una niña a la que un accidente de automóvil casi le ha truncado el brazo y lleva la mano colgando. La tenemos aquí, en la sala de al lado. Debemos atenderla de urgencias para procurar que no se quede manca».
Sin pensarlo un instante le dije que por favor atendieran a la niña primero, que lo mío podía esperar. Como una confidencia, la doctora me dijo casi al oído: «El problema es que nunca he cosido una mano en estas condiciones. He visto hacerlo y lo voy a intentar, porque no tengo a quién acudir en busca de ayuda en este momento».
¿Qué hacer ante el dolor ajeno cuando no podemos hacer nada? Solo había una cosa que yo podía hacer incluso tumbado en un quirófano y con una herida abierta en la pierna: orar.
«Adelante, doctora. Haga lo que pueda. Yo voy a pedirle a Dios que la ayude», le dije.
Los tres jóvenes se miraron entre sí sorprendidos, y salieron inmediatamente al quirófano de al lado dejando la puerta entreabierta. De modo que pude asistir casi en directo a la operación que, tras diversas suturas, iba a permitir a la niña conservar su mano.
Al regresar a atender mi herida, la cirujana me dijo, muy bajito: «Muchas gracias, caballero, por sus oraciones. Yo no soy creyente, pero tengo la impresión de que sus oraciones me han sido de ayuda. No creía yo que iba a ser capaz de tanta serenidad y acierto. La mano de la niña se va a salvar».
Eso era para mí tan importante que apenas fui consciente de la sutura que me estaban practicando, cuando hacía rato que había acabado el efecto de la anestesia local.
Hay muchas cosas que podemos hacer para intentar aliviar algo del dolor ajeno. Pero hay una que podemos hacer aun cuando no podamos hacer nada más: orar.
Señor, yo no sé explicar cómo funciona la oración de intercesión, pero sé que tú sí, porque veo que funciona. Y de momento, eso me basta.

