
«El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado» (Marcos 1: 15).
Trabajando todavía en Suiza, en el año 2008 leí una noticia que me llamó poderosamente la atención. Unos relojeros suizos, para responder a una demanda de hombres de negocios de la India, habían creado un nuevo reloj que marcaba los tiempos de un calendario religioso védico: el reloj Borgeaud, que indica cada día el horario del periodo de noventa minutos reservado para la meditación y la oración según una tradición ancestral.
Un relojero de Neuchâtel concibió, para un eventual mercado de trescientos millones de potenciales clientes, un movimiento capaz de predecir los periodos del Rahu Kalam, que es el tiempo que la tradición védica reserva cada día, desde el siglo X antes de nuestra era, al cultivo de la espiritualidad.
Nuestro texto de hoy nos dice que Dios parece tener también su propio calendario. El tiempo «cumplido» se refiere al anunciado por los profetas, esperado y deseado por tantas generaciones de creyentes: el tiempo de la venida del Mesías. Así, «cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gál. 4: 4). Con él empezaba en la historia humana una nueva fase del reino de Dios.
Pero nosotros los seguidores de Cristo, que somos capaces de recordar periódicamente su nacimiento, no tenemos ningún calendario ni reloj alguno capaz de predecir con precisión cronométrica su regreso: «El día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo» (Mat. 24: 36, DHH). Por eso el Señor insistió tanto a sus discípulos, y nos insta a nosotros, con estas palabras: «Velen, pues, porque no saben en qué día viene su Señor. Pero sepan esto: Si el dueño de casa hubiera sabido a qué hora habría de venir el ladrón, habría velado y no habría permitido que forzaran la entrada a su casa. Por tanto, estén preparados también ustedes, porque a la hora que no piensen, vendrá el Hijo del hombre» (Mat. 24:
42-44, RVA15).
Me parece muy loable la idea del calendario Rahu Kalam de marcar momentos en el día para la meditación y la reflexión espiritual. Creo que los creyentes de todas las confesiones podríamos ser espiritualmente enriquecidos por esa práctica, y hasta por la ayuda de algo parecido al reloj del que acabamos de hablar.
Pero todavía me parece más práctica para nosotros la idea de Jesús de invitarnos a velar siempre, no solo a ciertas horas. Pablo la ha formulado en estos términos: «Oren sin cesar» (1 Tes. 5: 17, NVI). De elevar nuestra mente a Dios, siempre es hora. Ahora es el tiempo.
Aquí me tienes, Señor.

