Matutina para Adultos | Jueves 20 de noviembre de 2025 | Liberados de nuestros «demonios»

Matutina para Adultos | Jueves 20 de noviembre de 2025 | Liberados de nuestros «demonios»

Matutina para Adultos

«Entonces le llevaron un endemoniado, ciego y mudo; y lo sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba»

(Mateo 12: 22).

Ser mudo suele ser el resultado de la sordera. Es natural que quien nunca ha escuchado sonidos no sepa cómo producirlos y no aprenda a hablar. En el caso que nos cuenta el evangelio la discapacidad se agrava por el hecho adicional de ser también ciego, y además poseído por un poder sobrenatural contra el que la víctima se siente impotente. Este hombre vive sumido en una cárcel de incomunicación, soledad interior y tinieblas, que es un paradigma terrible del reino de las fuerzas del mal, cuando llegan a encerrar al ser humano en sí mismo, y a aislarlo de Dios y de los demás.

La cara más triste de situaciones dolientes como esta es el desprecio propio que generan, reflejo sin duda del rechazo ajeno. En el mundo antiguo, cuando creían que alguien estaba «poseído» por demonios, todos lo consideraban culpable de su condición. Eso llevaba al entorno de los enfermos a no atender su pena y a no comprender la gravedad de su espantosa situación.

Rechazado por todos, el ciego y mudo, proscrito por la sociedad, se considera maldito de Dios, sin esperanza alguna de sanación. Prisionero de sí mismo, víctima de ataques incomprensibles, torturado por insoportables desgarros que atormentaban su cerebro como descargas eléctricas. El presunto poseso sufría, en un ardiente silencio imposible de comunicar, sensaciones tan «diabólicas» —entonces y ahora— como el terror a lo sobrenatural, la culpabilidad insoluble, la amargura del rechazo y la desesperación del condenado sin remedio.

Sin entrar en disquisiciones de tipo médico o teológico, Jesús comprende la situación del paciente y lo libera de sus demonios, devolviéndole, con la vista, el oído y la palabra, la comunicación plena con el mundo exterior, la paz consigo mismo y la confianza en el amor divino.

Incapaces de avanzar un diagnóstico seguro, los atónitos testigos de la sanación realizada por Jesús percibieron sin duda, como nosotros, que hay situaciones dolientes insolubles para nosotros que requieren ayuda divina. Necesitamos el poder de Alguien que, además de restaurar nuestra libertad existencial y de enseñarnos a ser dueños de nuestra propia vida, nos devuelva la capacidad de aceptarnos a nosotros mismos, de amarle a él y de respetarnos unos a otros.

Señor, recuérdame que cuando me resulte imposible ayudar a alguien de otra manera, siempre me será posible orar por él o por ella, confiando en tu amor.

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