
«No los dejaré huérfanos; volveré a ustedes» (Juan 14: 18, RVA15).
Eli y Eva tenían dos y cinco años cuando su mamá enfermó muy gravemente de cáncer y murió a los pocos meses. Un par de años después, su papá, un joven profesor que había vuelto a contraer matrimonio y que se encontraba trabajando en una parte cercana a la selva amazónica, murió a su vez en un desgraciado accidente. Y las niñas, que solo tenían cuatro y siete años, quedaron esta vez huérfanas de padre y madre.
Las niñas quedaron huérfanas en un país extranjero… Su madrastra, con la que apenas habían convivido unos meses, no tenía medios para hacerse cargo de ellas. Sus abuelos maternos vivían en otro continente… Y sus abuelos paternos trabajaban para el ejército y también dependían de traslados intercontinentales.
Por fortuna para las huérfanas, increíblemente sus padres, cuando las niñas todavía eran bebés, habían tenido la inspiración de dejar escrito en su testamento que, en caso de desgracia mayor, la tutela de las niñas recaía en un hermano de la mamá. Este joven estaba casado con una profesora, no tenían hijos, y ambos estaban dispuestos a adoptar a las niñas en caso de que quedasen huérfanas.
Era como si los padres de estas niñas hubiesen tomado todas las medidas posibles para asegurarles a las pequeñas lo que nadie sospechaba entonces que pudiese ocurrir: «No las dejaremos huérfanas». Gracias a haber tomado las medidas jurídicas necesarias en el testamento, el deseo de los padres, y casi su última voluntad, se cumplió para las pequeñas: sus padres se habían comprometido a no dejarlas huérfanas y, aunque las crueles circunstancias de la vida habían truncado sus vidas, la promesa hecha a las niñas se mantuvo: «No las dejaremos huérfanas».
Las niñas viven ahora muy felices con sus tíos, que las han adoptado. Es interesante resaltar que, tras un proceso relativamente largo, ya que cada uno de los padres fallecidos tenía una nacionalidad distinta y la muerte del padre tuvo lugar en un tercer país diferente a los suyos, cuando el juez les concedió la custodia de las niñas a los tíos, y tras ver la ansiedad en los rostros de las pequeñas, les dijo con una tranquilizadora sonrisa: «Yo no las voy a dejar huérfanas».
Jesús estaba a punto de terminar su ministerio. Las terribles horas de su pasión se acercaban. Los discípulos no llegaban a entender que el Maestro se despidiese de ellos, porque nunca habían imaginado que su vida terminaría como estaba a punto de terminar.
Y el Maestro les hace entonces esta inigualable promesa, que nos sigue haciendo a nosotros hoy: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20, RVA15).

