Matutina para Adultos | Sábado 29 de noviembre de 2025 | ¿Desamparado?

Matutina para Adultos | Sábado 29 de noviembre de 2025 | ¿Desamparado?

Matutina para Adultos

«Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: «Elí, Elí, ¿lama sabactani?» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»)» (Mateo 27: 46).

Hay momentos cruciales en la vida de Jesús que, cuando me he sentido abrumado por mis pruebas, han sido para mí como luces en la noche. Son aquellos momentos en los que él mismo se encontró al borde de su resistencia frente al dolor.

Sin duda el más terrible fue el que le llevó a expresar, en un grito de angustia, su sentimiento de desamparo, agonizando en la cruz. El evangelista relata que Jesús, como culminación de los indecibles tormentos morales sufridos en el Getsemaní (ver Mat. 26: 36-46), no pudo reprimir aquel grito aterrador. Como si ya no pudiera soportar más la espantosa vivencia de la separación de Dios.

Desamparado por la justicia de su pueblo, traicionado y negado por sus discípulos, torturado por los verdugos y rodeado de una turba cegada por el odio que no dejaba de insultarlo, Jesús está, además, bajo el peso aplastante de una misión salvadora que exigía su muerte.

El impacto de su estremecedor lamento es tan profundo que los testigos lo conservaron tanto en hebreo como en arameo, para reproducirlo palabra por palabra (ver Mar. 15: 34).

Su angustia conmueve incluso a los soldados encargados de su ejecución, hasta el punto de que uno de ellos corre a ofrecerle una esponja empapada en vinagre (ver Mat. 27: 48), para ayudarlo a soportar el dolor.

Para mí no habría nada más terrible en esta vida que sentirme desamparado por Dios.

Sobre todo sabiendo que Dios había prometido hacía siglos no dejarnos nunca solos frente al dolor: «No te dejaré, ni te desampararé» (Jos. 1: 5). Pero el caso de Cristo era otro, como veremos mañana. Él siempre acude en nuestro auxilio, sosteniendo nuestra fe por precaria que sea.

Como escribió un querido amigo: «Gracias al crucificado resucitado, puedo seguir creyendo en la presencia del Dios vivo en mi dolor, no solo a pesar del mal que devasta el mundo, sino en el corazón mismo de ese mal, sufriendo sus consecuencias conmigo. Aunque mi fe no resuelve todas mis preguntas ante el dolor de los inocentes, las enfermedades fatales, la crueldad inhumana, etcétera, al menos me permite creer que Dios, lejos de desinteresarse de todo eso, está presente en ello. Y no solo eso, sino que además espera mi acción […], para que luche y trabaje, como él, contra todos los agentes de muerte que devastan a la humanidad».

Gracias infinitas, Señor, por haber aceptado pasar aquella prueba suprema de desamparo para que yo, en las mías, jamás me sienta abandonado por ti.

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