
«Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben a su Padre que está en los cielos» (Mateo 5: 16, NVI).
El balcón del apartamento de María Pilar y José Luis era un vergel de flores, rebosante de plantas en macetas. Sus vecinos estaban encantados con esa pareja de ancianitos por su optimismo y su amabilidad para con todos. Su vivienda era idéntica a las de cientos de otras en ese barrio modesto de bloques anodinos, pero su balcón alegraba la vista de la comunidad entera. Una luz encendida brillaba en él por las noches, iluminando las flores en medio de la monótona oscuridad del vecindario.
Ese balcón donde estaba la luz era el de nuestros vecinos más queridos.
Un día de primavera del año 2020 irrumpió la pandemia en el barrio y los vecinos tuvieron que quedarse confinados en sus viviendas. Cuando escribo estas líneas hace solo unos días que las familias empezaron a poder salir un poco de sus casas. Pronto les llamó la atención a muchos de los habitantes de la zona que todas las plantas del balcón de José Luis y María Pilar se habían marchitado. Y así descubrieron que ambos habían fallecido hacía unas semanas, víctimas de la pandemia, en su soledad, como tantos otros en la ciudad de Madrid. Los vecinos no se habían dado cuenta antes porque la bombilla en su balcón seguía día y noche encendida, como recoge Luciano Franco en su artículo «El balcón que la COVID marchitó».
«Ustedes son la luz del mundo», nos recuerda Jesús. Palabras sorprendentes, porque el Maestro se las aplica también a sí mismo. En realidad, en un sentido absoluto, solo él es la luz del mundo. A nosotros nos corresponde transmitir la luz que proviene de él. Nuestra misión, en este sentido, consiste en procurar mantenernos sencillamente conectados con la fuente de energía del universo, como «hijos de Dios sin mancha, en una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo» (Fil. 2: 15; cf. Efe. 5: 8).
Por pequeña que sea, una luz siempre brilla en las tinieblas. Como brillaba la luz de la modesta bombilla en el balcón de estos añorados ancianos sobre sus plantas y flores en medio de la tristeza gris del barrio, para alegrar un poco a sus confinados vecinos.
Señor, quiero hacer mi parte en tu misión, aunque solo sea como una pequeña luz en el «balcón» de mi entorno.

