Matutina para Adultos | Domingo 5 de octubre de 2025 | El privilegio de compartir

Matutina para Adultos | Domingo 5 de octubre de 2025 | El privilegio de compartir

Matutina para Adultos

«»Aquí hay un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero de qué sirven ante esta enorme multitud?». Jesús dijo: «Díganles a todos que se sienten». Así que todos se sentaron sobre la hierba, en las laderas. (Solo contando a los hombres sumaban alrededor de cinco mil). Luego Jesús tomó los panes, dio gracias a Dios y los distribuyó entre la gente. Después hizo lo mismo con los pescados. Y todos comieron cuanto quisieron» (Juan 6: 9-11, NTV).

La multitud que rodeaba a Jesús era pobre y tenía hambre. En la Palestina de entonces, como en tantos otros lugares hoy en día, un sistema de gobierno opresivo e insolidario protegía la acumulación de bienes por una minoría muy favorecida, y mantenía en un estado cercano a la miseria a una triste mayoría.

Jesús propone, para alimentar a la multitud hambrienta de sus seguidores, una maravillosa alternativa a la desigualdad social del entorno: conseguir lo suficiente para todos renunciando al egoísmo acaparador de algunos y compartiendo los que tienen algo con los que tienen menos, o no tienen nada. Una lección que todos reciben a través de la generosidad de un niño.

La generosidad expresada en la solidaridad admirable de ese jovencito devuelve a los hambrientos su dignidad y autonomía: los alimentos alcanzan para todos y todavía sobra. En la tarea de repartir la comida Jesús implica directamente a los suyos, porque es labor de todos responder a las urgencias de los necesitados que están a nuestro alcance. De ahí su orden: «Denles de comer ustedes».

El muchacho pone en las manos de Jesús todo lo que tiene. La solidaridad verdadera no se pone límites, ya que expresa la disposición sin reservas a hacer nuestra parte para asistir a quienes nos necesitan. Jesús bendice prodigiosamente este ejemplo de amor en acción para estimularnos a resolver de ese modo los problemas que la avaricia y la insolidaridad de muchos produce en nuestro mundo.

Observamos que Jesús, ante el hambre de aquella gente, no hace caer maná del cielo sino que utiliza nuestros propios recursos, simples alimentos terrestres distribuidos por seres humanos.

Para solucionar muchos de nuestros peores problemas no hacen falta intervenciones sobrenaturales o prodigiosas: bastaría con compartir lo que tenemos. Jesús propone resolver algunas de las situaciones de injusticia con actos concretos de nuestra propia solidaridad. Es decir, con pequeños milagros a nuestro alcance.

Señor, dame el gozo de querer compartir lo que debo compartir.

80 Ver Mateo 14: 13-21; Marcos 6: 30-44; Lucas 9: 10-17; Juan 6: 1-15.

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