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«No digas: ‘¡Ahora me voy a vengar de lo que me hicieron!
¡Me desquitaré con ellos!’ » (Proverbios 24:29).
Imagina que tienes un mosquito en el brazo que está picando tu piel. Esto te causa un dolor parecido al que causan las agujas, pero como no estás dispuesta a dejar que el mosquito extraiga tu sangre, instintivamente actúas. ¿Qué haces? ¿Acaso lo asustas para que salga volando? En un porcentaje mínimo de las casos, quizás sí. Pero, en general, optamos por matarlo dándole un manotazo sobre nuestra piel. Es decir, el mosquito muere (y a veces logra escapar), pero nuestro brazo también ha recibido un golpe. Es exactamente lo mismo que sucede cuando decidimos devolver a los demás el mal que nos han causado.
Cuando se lleva a cabo una venganza por algún mal recibido, no solo se afecta a otra persona sino también a quien la efectúa. Es por ello que el proverbista aconseja no actuar igual que los hombres malos. Pagar mal por mal siempre traerá malos y tristes resultados.
Lo único que se gana al devolver mal por mal es rebajarnos al nivel de los hijos de las tinieblas. Si voluntariamente nos ponemos en las manos del enemigo, cegadas por el deseo de venganza, un día descubriremos que hemos caído tan bajo y aún no habremos encontrado la dicha que se busca. Devolver el mal produce una euforia momentánea que termina por alejarnos cada vez más de la imagen del Creador.
En alguna ocasión, todas hemos sido víctimas de injusticias, de malos tratos, de traiciones y, en el peor de los casos, nos han arrebatado a nuestros amados. La tendencia natural y humana del corazón es hacer sentir a los demás el dolor que estamos viviendo. Pero la presencia de Jesús en nuestras vidas es lo único que
puede darnos paz y quitar esos deseos de venganza. La regla de oro, aplicada con mayor magnitud en toda la humanidad, la vemos realizada en el mismo que la promulgó. La vemos encarnizada en los brazos abiertos de aquel que mientras moría, daba vida.
Querida amiga, si por mucho tiempo has guardado un sentimiento dañino en tu corazón, hoy te invito a que, en el nombre de Jesús, te liberes para que puedas gozar de la plenitud de la vida.

