
«Si ustedes le dan un trato preferencial a la persona rica y le dan un buen asiento, pero al pobre le dicen:
‘Tú puedes quedarte de pie allá o bien sentarte en el piso’,
¿acaso esta discriminación no demuestra que sus juicios son guiados por malas intenciones?» (Santiago 2:3, 4).
Por su labor incansable para lograr los derechos humanos y justicia social, Eleanor Roosevelt fue nombrada
«Primera dama del mundo» por el presidente Truman. Eleanor dejó un legado a la humanidad cuando, en
1948, participó en la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ella no solo peleaba con palabras sino con hechos.
En 1939, a Marian Anderson se le negó el derecho de cantar en el Salón Constitución en Washington, por su piel negra. Mujeres pertenecientes al grupo Hijas de la Revolución Americana no permitieron que una persona de raza negra cantara en un auditorio para blancos. Decidida y con valor, Eleanor, quien también pertenecía a ese grupo, consiguió que Marian cantara en el Lincoln Memorial de Washington. Aquel 9 de abril, alrededor de
75 mil personas se reunieron para escuchar el histórico concierto.
En pleno siglo XXI, Estados Unidos ha sido el centro de la discriminación una vez más en la historia. El 25 de mayo de 2020, George Floyd, un hombre de raza negra, murió en el suelo, asfixiado por la rodilla de un
policía sobre su cuello. Las últimas palabras de George, «no puedo respirar», hicieron un eco en todo el mundo. Miles de manifestantes salieron a las calles a protestar por el vil asesinato, a pesar de la restricción por la pandemia del covid-19.
Como mujeres, fuimos llamadas a proclamar igualdad y dar el mismo trato a cada persona con quien tenemos oportunidad de coincidir. No es agradable para Dios que sus hijas hagamos acepción de personas por el color o el estatus social y mucho menos cultivar amistades por conveniencia. En la cruz del Calvario, Jesús murió por una raza: la humanidad.
Querida amiga, tengamos el valor que tuvo Eleanor para luchar aún en contra de sus amistades de la alta sociedad y alcemos la voz por los menos afortunados. Practiquemos la justicia de Jesús y no actuemos impulsadas por la conveniencia de obtener beneficios o por conservar un puesto. La única amistad que debemos procurar conservar es la de Jesús.

