
«Hermanos, no sean como niños en su modo de razonar. Sean como niños en cuanto a la malicia, pero en su modo
de razonar actúen como gente madura» (1 Corintios 14:20).
Una de las experiencias que viví en mi adolescencia y de la cual no me siento orgullosa al recordarla, es la que te contaré a continuación. Había en la iglesia una chica, pocos años más grande que yo, a la cual le gustaba hacer ejercicio, por lo que la ropa le quedaba muy bien. Cierto día, llevó a la iglesia un vestido muy lindo en tela de gaza y me gustó tanto que me mandé a hacer uno igual, pero en diferente color. Otro día, llegó a la iglesia con unos zapatos muy altos y bonitos y ¿quién crees que se compró un par igual? Sí, con toda vergüenza confieso que fui yo. Yo quería lo que a ella le quedaba bien.
Cuando somos niños generalmente queremos tener lo que otros tienen, hacer lo que otros hacen, ir a donde otros van, entre otras cosas. Los niños quieren el mejor juguete, la rebanada más grande de pastel, etc. Aquí entra la labor educativa de los padres para favorecer el desarrollo de los niños. Con el tiempo aprendemos a ser recatados, a no esperar lo más grande, a pensar en los demás, entre otras cosas.
Lastimosamente, existen personas adultas que se estancaron en su etapa infantil en cuanto a envidia se trata. Son personas inmaduras y, por consiguiente, infelices ya que nunca están conformes ni contentas con lo que tienen. Constantemente están vigilando los logros de los demás que en vez de causarles alegría, les
causa molestia y frustración porque ellos quisieran estar gozando el triunfo del otro.
Al respecto, el apóstol Pablo, en el texto de hoy, nos invita a razonar como gente madura y no como niños. Es decir, al reino de los Cielos entrarán los que sean como niños, pero no se refiere a los que envidien como niños; en todo caso se refiere a los que, como un niño, no tengan malicia en su corazón.
Es nuestro deber madurar para no ser envidiosas. Ofendemos al Espíritu Santo cuando envidiamos los dones de los demás porque entonces le estamos diciendo que el don que nos ha sido dado no nos gusta, nos gusta el de la otra hermana. Pide al Señor madurez para aplaudir los triunfos de otros sabiendo que tú misma eres un potencial instrumento para él.

