
«El jardinero respondió: ‘Señor, dale otra oportunidad. Déjala un año más, y le daré un cuidado especial y mucho fertilizante. Si el año próximo da higos, bien. Si no, entonces puedes cortarla’ » (Lucas 13:8-9).
La higuera es muy mencionada a lo largo de toda la Escritura. La encontramos en el Génesis, en el mismo huerto del Edén, es decir, hecha por el Creador para un propósito. Sus hojas sirvieron en aquel entonces para cubrir la vergüenza de la primera pareja después que, por el pecado, su desnudez quedara al descubierto. (Génesis 3:7). También encontramos a la higuera usada en una parábola donde se resalta su humildad y su cuidado por la dulzura de sus buenos frutos (Jueces 9:11). El registro bíblico afirma que la higuera fue el sustento de la tribu de Judá y los israelitas durante el reinado de Salomón (1 Reyes 4:25). Por último, encontramos una higuera en tiempos de Jesús que, a pesar de sus frondosas hojas, no tenía un fruto que el hambriento Maestro pudiera comer. Esto lo enojó al grado de maldecir la higuera y la bonita planta se secó.
¿Por qué sucedió esto? Debido a sus hojas, tan grandes y atractivas, era seguro que la higuera proveería un fruto sustentable. Jesús se sintió realmente chasqueado al no encontrar frutas para satisfacer su hambre. ¿No sucede así en muchos corazones? Por fuera, son hermosas higueras que aparentan llevar frutos, pero, en realidad, carecen de ellos. «Jesús vio su iglesia, semejante a la higuera estéril, cubierta de hojas de
presunción y, sin embargo, carente de rica fruta. Se observaban con jactancia las formas de la religión, mientras que faltaba el espíritu de verdadera humildad, arrepentimiento y fe, que es lo único que podía hacer aceptable el servicio ofrecido a Dios».
Una vida estéril es aquella que no lleva fruto. Es aquella que hace alarde de su Dios y su religión pero que, por dentro, es un pozo hueco. Sin el fruto del Espíritu en nuestra vida, pronto seremos cortadas como la higuera de la parábola a la que Jesús hizo referencia. La buena noticia es que él es el viñador; nos cuida con tierno amor, nos provee lo necesario y nos da una nueva oportunidad para dar frutos. Pidamos a Dios ser higueras bonitas, con hojas frondosas, pero que lleven frutos que puedan saciar el hambre de un corazón necesitado. En los siguientes días veremos en qué consiste llevar fruto.

