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«Algunas naciones se jactan de sus caballos y sus carros de guerra, pero nosotros nos jactamos en el nombre del Señor nuestro Dios» (Salmos 20:7).
Según una anécdota narrada por el filósofo griego Diógenes Laercio, cuenta que cierto día, un renombrado filósofo llamado Platón, cediendo a la constante insistencia de sus amigos, finalmente montó un caballo. De inmediato, se bajó del animal por el temor de que lo embargara la «vanagloria del noble bruto».
Hacía poco que el hombre había domesticado a los caballos y, en consecuencia, había descubierto un mundo diferente, más allá de sus limitaciones físicas. Los hombres se sintieron exaltados por los animales quienes les transmitían su seguridad, su valentía y su fuerza. El orgullo de los hombres era entonces montar sobre un caballo. La vanidad y la arrogancia formaban parte de los atributos de los hombres.
En las paredes de los templos se hacían dibujos, en metales y madera se tallaban estatuas, los caballos también se estampaban en monedas y hasta se les escribían poesías y novelas. Por ese motivo, Platón no permitió que los atributos del caballo, le hicieran perder el suelo. Muchos reinos lograron sus conquistas gracias a su ejército de caballería y tenían sus esperanzas puestas en la fuerza y valentía de sus animales. Sin embargo, a pesar de todas sus grandes cualidades, los caballos también murieron en combates junto a sus jinetes.
¿En qué tienes puesta tu confianza hoy? Es probable que te sientes segura a causa del dinero en la cuenta del banco, la casa donde vives, el trabajo de tu esposo o tu propio empleo. Quizás estás tranquila respecto al futuro por tu buena reputación, la buena salud que posees o por la religión que profesas; por el don que desempeñas, por tus padres o por tus hijos. Sea cual fuere la causa, fuera de Dios, es efímera. Como los caballos en guerra, todo pasará. Por ello, nuestra confianza debe estar puesta únicamente en el nombre del Señor. Si nos hemos subido a alguno de esos «caballos», hagamos lo que hizo Platón y bajémonos de prisa para que no nos invada la vanagloria de las cosas terrenales.
La buena noticia es que, en la guerra espiritual que estamos peleando, solo el nombre de Dios puede darnos la victoria. David, el hombre de guerra cuyo ejército nacional fue el más reconocido, entendió que la ayuda en la batalla solo puede venir de Dios. Te invito a leer con oración el Salmo 20.

