El hombre de la mano paralizada
“En otra ocasión entró en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada” (Mar. 3:1, NVI).
Un sábado de mañana pasamos varias horas con un coro en una iglesia rural, al lado de una gran plantación de trigo. Mientras esperábamos para pasar a cantar, nos entretuvimos juntando espigas y restregando los granos en las manos. Entre todos recordamos el incidente narrado en la Biblia, de aquel sábado cuando Jesús pasó con sus discípulos por un sembrado y se alimentaron de él.
“Al apartarse los judíos de Dios, y fracasar en apropiarse de la justicia de Cristo por fe, el sábado perdió su significado para ellos. […] En los días de Cristo el sábado había quedado tan pervertido, que su observancia reflejaba el carácter de hombres egoístas y arbitrarios, más bien que el carácter del amante Padre celestial. […] Era la obra de Cristo disipar esos falsos conceptos. Aunque los rabinos lo perseguían con hostilidad implacable, ni siquiera aparentaba conformarse a sus requerimientos, sino que seguía adelante, guardando el sábado según la ley de Dios” (El Deseado de todas las gentes, p. 250).
Un sábado de mañana, cuando Jesús entró a la sinagoga, se encontró con un hombre que tenía una mano paralizada. Aun sabiendo que al curarlo lo considerarían transgresor, optó por sanarlo y derribó así los muros del tradicionalismo. Los fariseos estaban dispuestos a dejar sufrir a un hombre, descuidando así un deber, y aliviar a un animal, exaltando una norma creada por ellos mismos.
¿Cuántas veces olvidamos que, con nuestras acciones o palabras, podemos restaurar situaciones “paralizadas” también?
Dios nos llama a vivir una religión verdadera, no una en que nos exaltemos a nosotros mismos por encima de Dios, sino que lo exalte a él por encima de nosotros y nos lleve a cuidar a nuestro prójimo.
¿Cómo estamos viviendo nuestros sábados? Te invito a leer este capítulo de El Deseado de todas las gentes con oración y humildad.
“Todas las verdades de la Palabra de Dios provenían de él. Esas gemas inestimables habían sido puestas en engastes falsos. […] Dios deseaba que fuesen sacadas de su marco de error y puestas en el de la verdad” (ibíd, p. 254).
Quizás hoy está habilitando tus manos para cumplir esa tarea. Prepárate para hacer lo que es lícito mañana.