El «ángel» del auto blanco
“Antes que me llamen, yo les responderé; todavía estarán hablando cuando ya los habré escuchado” (Isa. 65:24).
La casa tenía aspecto de dejadez. De un lado había casas abandonadas, del otro una esquina vacía, y enfrente un terreno baldío que daba a la ruta provincial por la que transitaban, casi de forma única, las camionetas de los trabajadores que se veían muy a lo lejos.
Estaba colportando, y me preguntaba si realmente valía la pena golpear la puerta a esa hora, ya que lo más probable era que no hubiese nadie o que estuviesen durmiendo. Pero golpeé de todas formas.
La puerta se abrió lentamente y, apenas lo vi, me di cuenta de que ese hombre estaba ebrio. Me invitó a entrar, asegurándome que no me haría nada. Le agradecí amablemente, pero me mantuve en la puerta. No iba a poder hacer bien la presentación, pero decidí dejarle un libro misionero de regalo. De repente, salió un hombre desde otra habitación y aunque lo saludé, fue más un saludo de despedida que para iniciar una conversación. Se miraron, se rieron y continuaron insistiendo en que entrara. No era tan fácil irme… Si seguía caminando, lo iba a hacer sola por muchas cuadras y tranquilamente podían alcanzarme si se lo proponían. No había a quién llamar. Solo podía orar.
En todo el tiempo que seguí viviendo en ese pueblo, no vi pasar ni un auto más por esa calle, pero ese día, en ese minuto en el que oraba, un auto blanco paró. Era una mujer que había visto una sola vez pero que, de forma “casual”, necesitaba decirme algo en ese momento.
Con la excusa perfecta me alejé de los hombres para hablar con ella, aunque todavía sentía los dos pares de ojos clavados en mi espalda. “Sal de aquí inmediatamente. Esos tipos son peligrosos. Ya me atacaron un par de veces. Vete ya”, me dijo la mujer.
Ella no era un ángel, pero sé que Dios la envió en ese momento, en respuesta inmediata a mi oración. ¿De qué tienes miedo hoy? Ora y recuerda que él responde nuestras oraciones, aún antes de que lo llamemos.
“Así que, aunque expuesto al poder engañoso y a la continua malicia del príncipe de las tinieblas y en conflicto con todas las fuerzas del mal, el pueblo de Dios siempre tiene asegurada la protección de los ángeles del cielo” (La verdad acerca de los ángeles, p. 11).