Para enseñar, primero hay que aprender
“El Señor dice: ‘Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir’ ” (Sal. 32:8).
En la palabra de Dios encontramos una exhortación a las ancianas para que enseñen a las jóvenes. Yo quiero pensar que el término “anciana” no se refiere únicamente a las mujeres con muchos años de edad; pienso que, además, se refiere a aquellas que, aun con pocos años, han alcanzado madurez no solo física, sino también espiritual y emocional. La exhortación dice así: “Las ancianas deben portarse con reverencia, y no ser chismosas, ni emborracharse. Deben dar buen ejemplo y enseñar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser juiciosas, puras, cuidadosas del hogar, bondadosas y sujetas a sus esposos, para que nadie pueda hablar mal del mensaje de Dios” (Tito 2:3-5).
“Deben dar buen ejemplo”, dice el texto bíblico; si al enseñar a otras mujeres pudiéramos decir, como también expresó el apóstol Pablo: “Imítenme a mí”, seríamos bienaventuradas. La madurez espiritual y emocional que se consigue teniendo valor para renunciar a todo lo que estorba es la que nos permite dar un testimonio acertado de Cristo; ese testimonio es, en sí mismo, una fuente de aprendizaje para quienes observan.
Dios nos llama a ser “maestras del bien” (Tito 2:3, RVR 95). Hay un dicho popular que afirma: “La práctica hace al maestro”, y es verdad en muchos sentidos. Hacer el bien como práctica cotidiana, estemos donde estemos, hará que esas obras de bien muestren una vida auténtica y sin fingimientos que tiene un gran poder educativo. Fingir ser buenas sin serlo es agotador e inútil, y nos convierte en hipócritas, algo que Dios detesta. No demos el mensaje equivocado.
“Para que nadie pueda hablar mal del mensaje de Dios”, termina diciendo Tito. Querida amiga, debemos desarrollar una conciencia espiritual que nos permita darnos cuenta de que todo lo que hacemos y decimos da testimonio del evangelio.
La Biblia nos llama a orar y velar, a estar siempre en conexión con Dios, para que sea él quien obre a través de nosotras. De ese modo, nuestra influencia será la de una maestra para las jóvenes que necesitan referentes cristianas. ¿Aceptas el reto?