Matutina para Mujeres, Sábado 24 de Julio de 2021

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Para enseñar, primero hay que aprender

“El Señor dice: ‘Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir’ ” (Sal. 32:8).

En la palabra de Dios encontramos una exhortación a las ancianas para que enseñen a las jóvenes. Yo quiero pensar que el término “ancia­na” no se refiere únicamente a las mujeres con muchos años de edad; pienso que, además, se refiere a aquellas que, aun con pocos años, han alcan­zado madurez no solo física, sino también espiritual y emocional. La exhorta­ción dice así: “Las ancianas deben portarse con reverencia, y no ser chismosas, ni emborracharse. Deben dar buen ejemplo y enseñar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser juiciosas, puras, cuidadosas del hogar, bonda­dosas y sujetas a sus esposos, para que nadie pueda hablar mal del mensaje de Dios” (Tito 2:3-5).

“Deben dar buen ejemplo”, dice el texto bíblico; si al enseñar a otras mu­jeres pudiéramos decir, como también expresó el apóstol Pablo: “Imítenme a mí”, seríamos bienaventuradas. La madurez espiritual y emocional que se consigue teniendo valor para renunciar a todo lo que estorba es la que nos permite dar un testimonio acertado de Cristo; ese testimonio es, en sí mismo, una fuente de aprendizaje para quienes observan. 

El aprendizaje espiritual nunca es una meta alcanzada, pues continúa du­rante toda la vida. Aprender para ser mejores y a la vez tener la experiencia y el conocimiento para enseñar a las que vienen atrás no solo es un privilegio, es también un deber del que tendremos que rendir cuentas.

Dios nos llama a ser “maestras del bien” (Tito 2:3, RVR 95). Hay un dicho popular que afirma: “La práctica hace al maestro”, y es verdad en muchos sentidos. Hacer el bien co­mo práctica cotidiana, estemos donde estemos, hará que esas obras de bien muestren una vida auténtica y sin fingimientos que tiene un gran poder edu­cativo. Fingir ser buenas sin serlo es agotador e inútil, y nos convierte en hipócritas, algo que Dios detesta. No demos el mensaje equivocado.

“Para que nadie pueda hablar mal del mensaje de Dios”, termina dicien­do Tito. Querida amiga, debemos desarrollar una conciencia espiritual que nos permita darnos cuenta de que todo lo que hacemos y decimos da testimo­nio del evangelio.

La Biblia nos llama a orar y velar, a estar siempre en conexión con Dios, para que sea él quien obre a través de nosotras. De ese modo, nues­tra influencia será la de una maestra para las jóvenes que necesitan referentes cristianas. ¿Aceptas el reto?

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