Anna Knight – parte 2
“Dios nuestro Salvador […] quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad” (1 Tim. 2:3, 4).
Anna digirió lentamente todo lo que aprendió de las revistas adventistas y lo que le explicó su amiga Edith. Pero cuando comenzó a guardar el sábado, su madre se indignó. ¿Por qué estás todo el día sin hacer nada cuando deberías estar trabajando?
Anna pasaba los sábados en el bosque o en el granero, leyendo, pensando y orando. Cuando Edith le envió El camino a Cristo, Anna disfrutó cada palabra del libro. Su lectura le trajo paz y felicidad, y despertó en su corazón otro anhelo: bautizarse en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Cuando le expresó el deseo de su corazón en una carta a Edith, esta le escribió al secretario de la Sociedad de Folletos Misioneros del Sur, contándole sobre la niña que llegó a amar a Jesús y quería ser bautizada. Pero no había asociaciones adventistas en el sur en ese momento, y tampoco muchas iglesias. De hecho, la iglesia más cercana estaba en Tennessee, a más de 600 kilómetros.
Cuando Anna le dijo a su familia que estaba planeando dirigirse al este para bautizarse, trataron de convencerla de que no fuera.
–¡Estás loca! –le dijeron–. Toda esa lectura te ha hecho perder la razón. Ni siquiera conoces a esa gente. Te aseguro que no son como parecen ser en sus revistas.
–Si me dejas ir –prometió Anna–, te ayudaré con la cosecha el año que viene.
A estas alturas, su familia sabía que no la convencerían de desistir de sus decisiones, así que le permitieron que fuera y se decepcionara por sí misma. Pensaban que cuando volviera, habría superado su fanatismo.
Vendiendo algodón, Anna Lord compró un boleto para Chattanooga, que quedaba a más de 600 kilómetros. El anciano L. D. Chambers se reuniría con ella en la estación de tren de Chattanooga. Le envió una foto para que ella lo reconociera y ella le dijo que llevaría una revista adventista para que él la reconociera. A Anna le parecía increíble que sus sueños se estaban haciendo realidad. Asistió a una semana de oración y al final se bautizó.
Como el siguiente trimestre escolar comenzaba ese lunes, la familia Chambers arregló todo para que Anna comenzara a estudiar. Ahora estaría en un salón de clases real, con un maestro, compañeros de clase y libros. En Mississippi, Anna reunía a los niños más pequeños a su alrededor y les enseñaba lectura y matemáticas, pero ahora era su turno de ser una alumna.
Continuará…