Indigna
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; […] es el regalo de Dios” (Efe. 2:8, NVI).
Las graves heridas que sufrió Elena Harmon la dejaron demasiado débil como para seguir asistiendo a la escuela. La maestra había asignado a la niña que le había destrozado la cara para que fuera su asistente, pero la tensión de las clases le causó mucho estrés, así que la maestra le recomendó que tomara más tiempo para recuperarse. Pero Elena jamás pudo avanzar al siguiente grado en la escuela.
Con respecto a la iglesia, a Elena todavía le molestaba que Dios hubiera permitido lo que le había pasado, pero no se atrevía a contárselo. Ahora, además de sentirse abatida, se sentía culpable por sentirse abatida. Los demás miembros de iglesia le parecían personas “mucho más nobles y puras” que ella.
Un día, llegó a la ciudad William Miller.
La gente se aglomeraba para escucharlo. Elena recordaba haber oído sobre él cuatro años antes, y ahora ella y sus amigos se acercaron a escucharlo explicar lenta y metódicamente cómo la profecía bíblica señalaba hacia el tiempo que estaban viviendo. Elena estaba convencida de lo que él estaba predicando, pero aún tenía la autoestima muy baja. Se quedaba despierta toda la noche, rogándole a Dios que la salvara, aunque no creía que Dios pudiera hacerlo. Sin embargo, una noche, soñó que se encontraba con Jesús, que la recibía con amor y emoción.
La madre de Elena le aconsejó que compartiera lo que estaba sintiendo con un predicador de Portland, el pastor Levi Stockman. Este, con los ojos llorosos, le dijo: “Elena, apenas eres una niña. Has tenido una experiencia muy singular para tu tierna edad. Jesús debe estar preparándote para una obra especial”. Conversó con ella un rato más y finalizó diciéndole: “Vuelve a tu hogar confiando en Jesús, quien jamás refrena su amor de los que lo buscan sinceramente”.
El corazón de Elena se aceleró. Más adelante, escribió en su autobiografía: “Durante los pocos minutos que recibí consejos del pastor Stockman, aprendí más del amor y la compasión de Dios que lo que había aprendido de todos los sermones y exhortaciones que había escuchado en mi vida”. En una reunión de oración la misma noche que conversó con el pastor, Elena sintió que su depresión desaparecía y era reemplazada por la paz del cielo.
Cuando William Miller regresó en 1842, Elena tenía catorce años. La gente respondió aún con más entusiasmo, pero las iglesias locales denunciaron a los “fanáticos”. De hecho, a la familia de Elena la expulsaron de su propia iglesia.