Mira, escucha y detente
“No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal” (Rom. 12:21).
Viví muchos años cerca de una estación de ferrocarril. Dos veces al día, el tren cruzaba la ciudad. La rutina era la misma de hoy: las luces del semáforo indicaban que el paso del tren se acercaba y el silbato a lo lejos rompía el silencio, advirtiendo a los automovilistas y a los transeúntes que había que tener precaución. Aun frente a estas advertencias, los accidentes eran frecuentes; automóviles eran arrollados solo por no respetar y hacer caso omiso a las indicaciones establecidas por las autoridades para proteger la vida de los ciudadanos. Es extraño que, con el paso de los años, sigan ocurriendo los mismos percances. Ganarle al tren, ponerse al borde del peligro, parece ser la consigna de toda la vida para muchas personas.
No es valiente el que se enfrenta soberbiamente al peligro; lo es el que se aleja lo más que puede para evitar ser destruido. Tener cautela para mantenerse alejado de los peligros es una actitud inteligente. La prevención nos pone a salvo, de manera que ya no tenemos que correr riesgos innecesarios. Exponerse voluntariamente a influencias nocivas, creyendo tener suficiente fuerza de voluntad para resistir, es una actitud torpe.
Las redes sociales son cautivadoras y atrapan. El deseo de tener muchos amigos te puede llevar a relacionarte con malas personas. La pornografía no es un inocente pasatiempo; es un vicio que acaba con tu integridad moral y te arrastra a hábitos pecaminosos. El consejo de Dios al respecto es: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Rom. 12:21, RVR 95).
Cultiva buenas amistades, haz un buen uso de tu tiempo, usa lo bueno sin excesos, ríe con bromas inocentes, conversa sobre temas que edifiquen tu carácter, lee más libros, mira menos televisión y aléjate de personas que quieran utilizarte para conseguir deseos egoístas. En resumen, recuerda siempre quién eres y actúa como tal. ¡Eres hija de Dios!