Absalón – parte 5
“Pasado algún tiempo, Absalón consiguió un carro de combate y caballos, y formó una guardia personal de cincuenta hombres” (2 Sam. 15:1).
“¡Buenos días!”
El hombre que avanzaba furioso, dando grandes pasos en dirección a Jerusalén, volvió la cabeza para ver quién lo saludaba. ¡Era Absalón, el príncipe! El rostro del hombre esbozó una sonrisa.
–¡Buen día, Alteza! –respondió.
–¿Qué lo trae a Jerusalén? –le preguntó Absalón devolviéndole la sonrisa.
La expresión del hombre cambió.
–¡Me han hecho daño y busco justicia! Yo…
El príncipe asintió fingiendo interés, mientras el hombre presentaba sus quejas. Pero en realidad, apenas prestaba atención y los detalles no le interesaban en absoluto. Cuando el hombre terminó, Absalón le dijo:
–Tu demanda es justa y razonable, pero no hay quien te atienda por parte del rey –entonces dejó escapar un largo suspiro–; ¡ojalá yo fuera el juez de este país, para que vinieran a verme todos los que tienen pleitos legales! Yo les haría justicia (ver 2 Sam. 15:3, 4).
Absalón iba dando la razón a todos los que llegaban a Jerusalén. Sabía que era la mejor estrategia para lograr partidarios de su rebelión. Luego atrajo al hombre hacia él y lo besó. ¡Un éxito rotundo! El hombre le agradeció profusamente y regresó a su casa para contarles a todos sus conocidos lo amable y comprensivo que era el príncipe.
Absalón hacía lo mismo con todos los que llevaban una solicitud para el rey: los saludaba, les hablaba con gentileza, les daba la mano y los besaba. Lo había planeado todo cuidadosamente, hasta que, como dice 2 Samuel 15:6, “les robaba el corazón a los israelitas”. Su padre no se percató del ardid, solo vio lo que quería ver. Cuando Absalón le comentó que quería viajar a Hebrón para adorar a Dios allí, David no sospechó nada. “Ve en paz, hijo mío”, le dijo. Pero la paz estaba muy lejos de la mente y el corazón del príncipe. ¿En qué pensaba? En hacerse con el trono.
De acuerdo a lo planeado, al sonar las trompetas los mensajeros proclamaron: “Absalón es rey en Hebrón”. David rápidamente convocó a todos sus oficiales leales. “¡Vengan! Debemos huir, o ninguno de nosotros escapará de la mano de Absalón. Debemos salir de inmediato, porque él se moverá rápidamente para alcanzarnos, para traer ruina sobre nosotros y poner la ciudad entera bajo su espada”.
David, que una vez fue fugitivo del rey Saúl, tenía que huir para escapar de la furia de su propio hijo.
Continuará…