Vendiendo helados
“Cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más” (1 Tesalonicenses 4:1).
El enemigo siempre trabaja para llevarnos a los extremos: o nos agradamos a nosotros mismos o vivimos pendientes de agradar a todos.
La vida no es un feriado donde cada uno puede hacer lo que quiere. No vivimos en un parque de diversiones sino en un campo de batalla. La iglesia no es un crucero de placeres sino un bote salvavidas. No es un edifico terminado sino un edificio en construcción. Hacer lo que queremos alimenta nuestro ego. Nadie puede vivir para sí mismo de manera saludable. Tampoco es posible vivir agradando a todos. Si hacemos eso, seguro estaríamos pisando principios, y a la postre nos dañamos.
Agradar a Dios debe ser nuestro propósito, responsabilidad y alegría. Agradar es más que obedecer. Incluye la manera, el modo, la forma y la motivación con que lo hago. El agradar a Dios no puede ser algo ocasional, momentáneo o estacional. Debe ser permanente.
Ahora bien, ¿cómo sabemos lo que le agrada? Preguntándo a él a través de su Palabra. Esto nos compromete a obedecer a Dios. Desde luego, en una sociedad sin valores, la obediencia se vuelve complicada en todos los aspectos. En 1 Tesalonicenses 4:4, el apóstol Pablo usa un ejemplo relativo al matrimonio y la pureza moral. Cada hombre deber tener una esposa en santidad y honor en vez de cultivar una pasión desordenada.
Toda actividad sexual fuera de este contexto de un matrimonio heterosexual y monogámico distorsiona el plan de Dios. No necesitamos hacer una encuesta o una investigación para notar cómo se ha cambiado el plan de Dios original.
Nadie agrada, obedece y honra a otro si no es sobre la base del amor. Un fiel y amante esposo ama y hace lo que es agradable para su esposa. Si ama, nada le parece cargoso; si no ama, ni piensa en agradar, sino tan solo en agradarse.
Cuando agradamos, obedecemos y glorificamos. Honramos a Dios en nuestro cuerpo, como también en el cuerpo espiritual, que es la iglesia.