Tengo un sueño
“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:23, 24).
En 1964, con 35 años, Martin Luther King fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su constante apelación a la no violencia y por su lucha por los derechos cívicos. Él fue el principal impulsor de la histórica marcha a Washington, en la que el 28 de agosto de 1963 participaron doscientos mil personas. Ante la multitud, y en las gradas del Lincoln Memorial, pronunció un emotivo discurso, del que destaco lo siguiente:
“Sueño que algún día… la gloria de Dios será revelada y se unirá todo el género humano… No estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente. Sé que algunos han venido con grandes pruebas y tribulaciones… No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
“A pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño profundamente arraigado. Sueño que un día los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
“Sueño en un oasis de libertad y justicia. Por eso, ¡que repique la libertad, y podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del antiguo himno: ‘¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!’ ”
Resulta conmovedor pensar en los ideales que impulsaron a soñar y a actuar a Luther King, defendiendo los derechos de los desprotegidos y recibiendo como recompensa el Premio Nobel de la Paz. Pero, más conmovedor es pensar en el sueño de Dios cuando las barreras de separación sean destruidas, cuando todos seamos uno, cuando la esclavitud del pecado finalice y recibamos el premio nobel de la corona de la vida.
Pablo dice que todos los seres humanos están sumergidos en la desgracia del pecado y todos están destituidos de la gloria de Dios. Cuando el pecado entró en la raza humana, perdimos la imagen de Dios, y para que la recuperemos fuimos redimidos. La redención era la recompra de un esclavo perdido o la compra de un cautivo que perdió su libertad en la guerra. En ambos casos, había un precio que pagar. No lo pagaba el esclavo ni el cautivo; lo pagaba el “goel”; es decir, el pariente más cercano.
Jesús es nuestro pariente más cercano, nuestro Redentor. Fuimos comprados a un precio infinito para Dios y gratuito para nosotros. Nadie vende un regalo, menos Dios. Él es amor y generosidad en esencia. Cuenta con él ahora.